Ni agua ni luna, por Osho
La monja Chiyono dedicó años al estudio, pero fue incapaz de alcanzar la iluminación. Una noche, acarreaba un viejo cubo lleno de agua. Mientras caminaba, contemplaba la luna llena reflejada en el agua del cubo. De pronto, las tiras de bambú que sujetaban el cubo se rompieron, y el cubo se hizo pedazos. El agua se derramó, el reflejo de la luna desapareció, y Chiyono se iluminó.
Más tarde escribió este poema:
De una y otra forma, intenté mantener íntegro el cubo,
esperando que el frágil bambú nunca se rompería.
De pronto, el fondo cedió.
Se derramó el agua; se acabó la luna en el agua
(vacío en mi mano)
La iluminación siempre es repentina: No hay un progreso gradual hacia ella, porque toda gradación es de la mente y la iluminación no es de la mente. Todos los grados pertenecen a la mente y la iluminación está más allá de ella. Así que no puedes acercarte a la iluminación, simplemente saltas dentro de ella. No puedes ir subiendo escalones; no hay escalones. La iluminación es como un abismo, o saltas o no saltas.
No puedes tener la iluminación por partes, por fragmentos. Es una totalidad -estás dentro o fuera de ella, pero no hay una progresión gradual-. Recuerda esto como una de las cosas más básicas: sucede de forma no fragmentada, completa, total. Sucede como un todo, y ésta es la razón por la que la mente es siempre incapaz de entender. La mente puede entender cualquier cosa que pueda dividirse, cualquier cosa a la que pueda llegarse a plazos, porque la mente es análisis, división, fragmentación. La mente puede entender las partes; el todo siempre se le escapa. Por eso si escuchas a la mente nunca llegarás.
Esto es lo que ocurrió: esta monja, Chiyono, se dedicó a estudiar años y años y no sucedió nada. La mente puede estudiar acerca de Dios, acerca de la iluminación, acerca del absoluto. Incluso puede pretender haberlo entendido todo. Pero Dios no es algo que tengas que entender. Incluso si lo sabes todo “acerca de” Dios, no lo conoces; el conocimiento no es “acerca de”. Mientras digas “acerca de” seguirás afuera. Quizás estés dando vueltas alrededor, pero no has penetrado en el círculo.
Cuando alguien dice “Sé acerca de Dios”, está diciendo que no sabe nada de nada, porque ¿cómo vas a saber algo “acerca de” Dios? Dios es el centro, no la periferia. Puedes saber acerca de la materia, porque la materia no tiene centro, es sólo la periferia. No puedes saber nada acerca de la consciencia: no hay sí mismo, no hay nadie en su interior. La materia es sólo lo de fuera; puedes saber acerca de ella. La ciencia es conocimiento. La misma palabra ciencia significa conocimiento: conocimiento de la periferia, conocimiento de algo cuyo centro no existe. Siempre que te acercas al centro desde la periferia, aquél se te escapa.
Tienes que convertirte en ello; es la única manera de conocerlo. Acerca de Dios, nada puede saberse. Tienes que ser; aquí el único conocimiento es el ser. Respecto del absoluto, todos los “acerca de” significan equivocarse una y otra vez. Tienes que entrar y hacerte uno con él.
Por eso Jesús dice: “Dios es como el amor”, no amante, sólo como el amor. No puedes saber nada acerca del amor, ¿o acaso puedes? Puedes estudiar y estudiar, puedes convertirte en un gran estudioso, pero no lo has tocado, no has entrado en él. El amor sólo puede ser conocido cuando te conviertes en amante. Y no sólo esto: el amor únicamente puede ser conocido cuando te conviertes en amor. Hasta el amante desaparece, porque también él/ella pertenece al exterior. Dos personas enamoradas se ausentan. No están ahí. Sólo existe el amor, el ritmo del amor. Quizás son los dos polos del ritmo, pero ellos no están ahí. Algo del más allá ha tomado cuerpo. Ellos han desaparecido.
El amor existe cuando tú estás vacío. El conocimiento existe cuando estás lleno. El conocimiento pertenece al ego, y el ego nunca puede penetrar en el centro; es la periferia. La periferia sólo puede conocer la periferia. No puede conocer algo que pertenece al centro mediante el ego. El ego puede estudiar, el ego puede hacerte un gran erudito, acaso un erudito religioso, un gran pandit. Puedes saber todos los Vedas, todos las Upanishads, todas las Biblias y los Coranes, y sigues sin saber nada -porque no es conocimiento de afuera, es algo que sucede cuando has entrado y te has convertido en uno.
La monja Chiyono dedicó años al estudio…
Podría haber estudiado durante vidas. Has estudiado durante muchas vidas. Has ido dando vueltas y más vueltas, en redondo. Pero cuando uno va dando vueltas en redondo, se crea una gran ilusión: crees que avanzas. Siempre crees que te mueves, pero no estás yendo a ninguna parte, porque estás dando vueltas. Vas repitiendo. Por eso los hindúes han llamado a este mundo samsara, que significa la rueda, el círculo. Te mueves y te mueves y te mueves, y nunca llegas a ninguna parte, y siempre crees que estás llegando. «El destino está ya cerca, porque he caminado tanto…». Intenta caminar en un gran círculo. Nunca puedes verlo como un círculo, porque sólo conoces una parte del mismo, y para ti siempre es una carretera, un camino. Esto es lo que ha venido sucediendo durante muchas vidas.
Chiyono estudió y estudió, pero fue incapaz de alcanzar la iluminación -no porque la iluminación sea difícil, sino porque estudiarla es un craso error-. Vas por un camino equivocado. Es como si alguien intentara entrar en esta habitación por la pared. No es, que entrar en esta habitación sea difícil, pero tienes que entrar por la puerta. Si lo intentas por la pared, parece difícil, casi imposible. No lo es. Eres tú el que va por un camino equivocado. Son muchos, muchos los que al comenzar el viaje empiezan por el estudio, por el aprendizaje, por el conocimiento, la información, la filosofía, los sistemas, la teología. Comienzan por el “acerca de”; así que están llamando a la pared.
Jesús dice: «Llamad, y la puerta se os abrirá». Pero, por favor, comprueba si es o no una puerta. No vayas llamando a la pared, pues si es así no se te abrirá ninguna puerta. Y en realidad cuando llamas a la puerta, cuando de verdad te acercas a la puerta, verás que ha estado siempre abierta. Siempre te ha estado esperando. Una puerta es una espera, una puerta es una bienvenida, una puerta es una receptividad. Te ha estado esperando, y has estado llamando a la pared. ¿Qué es la pared? Cuando empiezas por el conocimiento y no por el ser, estás llamando a la pared.
¡Conviértete!, ¡sé! No acumules información. Si quieres conocer el amor, sé un amante. Si quieres conocer a Dios, sé meditación. Si quieres entrar en el infinito, sé oración. ¡Pero sé! No sepas acerca de la oración. No intentes acumular lo que otros hayan dicho acerca de ello. Aprender no te ayudará; al revés, lo que te ayudará es desaprender. Olvida todo cuanto sepas para poder saber. Olvida toda información y todas las escrituras, olvida todos los Coranes y las Biblias y las Gitas; son los obstáculos, son la pared. Y si sigues llamando a la pared, estas puertas nunca se te abrirán, porque no son puertas, y la gente va llamando al Corán, a los Vedas, a la Biblia, y ninguna puerta se abre. Estudian y estudian, y les sucede lo que a la monja Chiyono:
dedicó años al estudio, pero fue incapaz de alcanzar la iluminación.
¿Qué es la iluminación? Es darte cuenta de quién eres. No tiene nada que ver con el mundo exterior. No tiene nada que ver con lo que otros han dicho. Lo que otros han dicho es irrelevante. ¡Estás ahí! ¿Para qué ir y consultar la Biblia, y el Corán, y la Gita? Cierra los ojos, y ahí estás tú, en tu infinita gloria. Cierra los ojos y las puertas están abiertas. Como estás aquí, no necesitas preguntar a nadie. Preguntas…, entonces errarás. El mero hecho de preguntar demuestra que crees estar en algún otro sitio. El mero hecho de preguntar demuestra que pides un mapa. Y para el mundo interior no hay mapa, no es necesario, porque no te diriges a un destino desconocido.
En realidad, no te mueves en absoluto. Estás ahí. Tú eres el destino. No eres el que busca, eres la iluminación. ¿Pues qué es la iluminación? Un estado -cuando buscas afuera- es ausencia de iluminación; otro estado -cuando buscas adentro es iluminación. Por lo tanto la única diferencia está en el enfoque. Si enfocas afuera, no estás iluminado. Si enfocas adentro, estás iluminado. Así que todo consiste en un giro.
La palabra cristiana conversión es preciosa, pero la han utilizado de una manera horrible. Conversión no significa hacer un cristiano de un hindú, o un hindú de un cristiano. Conversión significa un giro. Conversión significa volverse hacia la fuente, hacia adentro; entonces eres converso. Y tu consciencia puede fluir en dos direcciones, hacia afuera y hacia adentro; la corriente de tu consciencia puede fluir en estas dos direcciones. Hacia afuera, puede fluir durante muchas, muchas vidas -nunca llegará a su destino, porque el destino está en la fuente-. El destino no está enfrente, está detrás. El destino no se encuentra en un lugar adonde hayas de llegar, sino en un lugar que ya has abandonado. El origen es el destino. Esto debe ser comprendido muy profundamente. Si puedes retroceder hasta tu primer punto de partida, llegas al destino.
La iluminación es llegar al origen, y el origen está dentro de ti; la vida está allí fluyendo, latiendo, palpitando continuamente en tu interior. ¿Por qué preguntar a otros? Estudiar significa preguntar a otros. ¿Preguntar sobre ti mismo y preguntar a otros? Es una excelente estupidez. Es un absurdo absoluto preguntar sobre ti mismo y preguntar a otros. Esto es lo que significa estudio: buscar la respuesta. iY tú eres la respuesta!
Chiyono dedicó años al estudio, pero fue incapaz de alcanzar la iluminación.
Es natural, obvio. No es nada raro. Estaba buscando afuera, estudiando.
Otra cosa que hay que recordar: tu ser es vida, y ninguna escritura puede estar viva. Las escrituras están muertas irremisiblemente. Las escrituras son cadáveres, y estás preguntando a los muertos acerca de tu vida. Ellos no pueden responderte. Krishna no te ayudará mucho, ni Jesús -excepto si te conviertes en un Krishna, o en un Jesús-. Los muertos no pueden dar respuestas sobre la vida. Y si piensas que vas a encontrar la respuesta, te verás más y más lastrado por las respuestas, y la respuesta seguirá siéndote desconocida. Esto es lo que sucede a un hombre que está estudiando, que es un pensador, que es un filósofo. Se ve lastrado por sus propios esfuerzos, palabras y palabras y palabras, y está perdido. Y la respuesta estaba ahí desde el principio. Sólo se necesitaba un giro.
No, nadie te responderá. No acudas a nadie, acude a ti mismo. Un maestro lo único que puede hacer es ayudarte a llegar a ti mismo, esto es todo. Ningún maestro te puede dar la respuesta, ningún maestro te puede dar la llave ahí, sólo puede ayudarte a mirar hacia dentro, esto es todo. La llave está ahí, el tesoro está ahí, todo está ahí.
Una noche, acarreaba un viejo cubo lleno de agua. Mientras
caminaba, contemplaba la luna llena reflejada en el agua del cubo.
De pronto, las tiras de bambú que sujetaban el cubo se rompieron,
y el cubo se hizo pedazos. El agua se derramó, el reflejo
de la luna desapareció, y Chiyono se iluminó.
Una noche, acarreaba un viejo cubo lleno de agua. También tú acarreas un cubo muy, muy viejo, lleno de agua. Es tu mente, llena de pensamientos. Es lo más viejo que arrastras, casi muerto.
La mente siempre es vieja, nunca es nueva. No puede serlo, por su misma naturaleza, porque mente significa memoria. ¿Cómo puede la memoria ser nueva? La mente significa lo conocido. ¿Cómo puede ser nuevo lo conocido? La mente significa el pasado. ¿Cómo puede ser nuevo el pasado? Observa tu mente: todo cuanto acarrea es viejo, muerto. En el momento en que conoces, ya ha pasado. Cuando reconoces algo que has conocido, ya se ha ido. No está aquí ahora, ha entrado en el mundo de lo muerto.
Así que la mente, por su propia naturaleza es vieja, y nunca nace nada original de ella. La mente no puede ser original, sólo puede ser repetitiva. La mente va repitiendo. Puede repetir algo de mil maneras diferentes, incluso con palabras nuevas, pero sigue siendo lo mismo. La mente no puede conocer, no puede ir al encuentro de lo fresco, lo joven, lo nuevo. Siempre que te encuentras con lo fresco, lo joven, lo nuevo, tienes que prescindir de la mente, porque sólo entonces tus ojos no están llenos del pasado, del polvo del pasado; entonces tu espejo puede reflejar lo que está aquí ahora.
Lo nuevo nace de la consciencia, no de la mente. La consciencia es tu fuente más honda. La mente es el polvo acumulado en tus muchos viajes, como si nunca te hubieras bañado, y has estado viajando y viajando y todo se ensucia y el polvo se acumula y nunca te has bañado. Tu mente no se ha bañado nunca. Tú te aferras a ella, pero está completamente sucia. Los métodos de meditación sirven para bañar esta mente, tomar un baño, el baño interior, para eliminar el polvo y que la consciencia escondida aflore a la superficie y pueda contactar con la realidad.
La realidad está ahí, tú estás ahí, pero no hay contacto porque entre tú y la realidad está la mente. Todo cuanto ves, lo ves a través de la mente. Todo cuanto oyes, lo oyes a través de la mente -así que estás casi sordo, casi ciego-. Jesús repite a sus discípulos: «Si tenéis oídos para oírme, oídme. Si tenéis ojos para ver, ved». Todos ellos tenían ojos como tú. Todos ellos tenían oídos como tú. Pero Jesús sabía, como yo sé, que estás sordo, que estás ciego.
Cuando oyes a través de la mente, no estás oyendo, porque la mente interpreta, la mente colorea, la mente cambia, se mezcla ella misma; y cuanto te llega ahora ya es viejo. La mente ha llevado a cabo su truco. Ha dado su propio significado, la interpretación. Ha comentado.
Por eso, excepto si te conviertes en un oyente correcto… Escuchar correctamente significa tener la capacidad de escuchar sin la mente. Espectador correcto es el que tiene la capacidad de mirar sin la mente, la capacidad de mirar sin interpretar, juzgar, condenar; sin evaluación, sin decir sí o no. Cuando te hablo, hasta puedo ver tu mente afirmando o negando. Pese a que el gesto sea invisible, puedo verlo. Quizás no te des cuenta, a veces dices sí -la mente ha interpretado-. A veces dices no -la mente ha interpretado, la mente se ha presentado, y está evaluando-. Te lo has perdido.
Al escuchar sin juzgar, de repente te das cuenta de que la mente ha sido el único problema. Es vieja, algo que hay que recordar, y nunca puede ser nueva. Así que nunca pienses que tienes una mente original. Ninguna mente puede ser original, todas son viejas, repetitivas. Por eso a la mente siempre le gusta la repetición, y está siempre contra lo nuevo. Como la mente ha creado la sociedad, ésta lucha siempre contra lo nuevo. La mente ha creado el estado, la civilización, la moral, realidades, están contra lo nuevo.
Todo lo creado por la mente se hallará siempre enfrentado a lo nuevo. No puedes encontrar nada más ortodoxo que la mente.
Con la mente, no es posible ninguna revolución. Por lo que, si eres un revolucionario que se vale de la mente, no te engañes a ti mismo. Un comunista no puede ser revolucionario, porque nunca ha meditado. Su comunismo se encuentra dominado por la mente. Ha cambiado de biblia, no cree en Jesús, cree en Marx, o cree en Mao, la última edición de Marx, pero cree. Es tan ortodoxo como cualquier hindú, católico o musulmán. Es la misma ortodoxia, porque la ortodoxia no depende de aquello en lo que crees, depende de si crees a través de la mente; la ortodoxia se halla subordinada a la mente. Este es el elemento más ortodoxo del mundo, el más conformista. .
Así pues, debes saber que nada de lo que crea la mente puede ser nuevo, siempre será viejo y estará contra lo nuevo; será siempre contrarrevolucionario. Por eso en el mundo no hay más revolución que la religiosa; no puede haber otro tipo de revolución porque sólo la religión llega a la misma fuente. Abandona la mente, el viejo cubo, y verás que de repente todo será nuevo, porque tu mente lo estaba haciendo todo viejo mediante su interpretación. De pronto vuelves a ser un niño. Tus ojos son frescos y jóvenes, miras las cosas sin conocimiento; sin erudición. El verdor de los árboles es más intenso, ha cambiado -no es mortecino, está vivo. De pronto el canto de un pájaro es totalmente distinto.
Esto es lo que está experimentando mucha gente mediante las drogas. Por ello estas sustancias fascinaron tanto a Aldous Huxley porque, por un instante, o a veces durante un tiempo más largo, anulan la mente activando determinados procesos químicos. Miras el mundo, ahora los colores son simplemente milagrosos. Nunca habías visto nada igual. Una flor se convierte en toda la existencia, es portadora de toda la gloria de la divinidad. Una hoja se vuelve tan profunda, como si toda la verdad se revelara a través de ella. Todas y cada una de las cosas cambian inmediatamente. La droga no puede cambiar el mundo; sólo aparta a un lado por un momento tu mente.
Te vuelves adicto cuando la mente ha absorbido la droga también. Sólo una vez, al principio, por vez primera, o dos o tres veces, puedes engañar a la mente químicamente, pero luego, poco a poco, la mente integra la droga, recobra su dominio. Se pierde el impacto original. Se vuelve adicta a la droga, y la pide; esta exigencia parte de la mente. Ahora, no podrás relegar a un lado la mente ni siquiera con sustancias químicas. Te habrás convertido en un adicto. Los árboles volverán a ser viejos, los colores ya no serán tan radiantes, las cosas tornarán a ser mortecinas. La droga te ha matado; no ha podido matar a la mente.
La droga supone un tratamiento de shock que afecta a la parte química del cuerpo y produce un desajuste. Se abren grietas; puedes mirar a través de ellas, pero esto no puede convertirse en un ejercicio. No puedes jugar con la droga. Tarde o temprano se convierte en parte de la mente; y ésta toma el control. Entonces todo envejece de nuevo.
Sólo la meditación puede matar a la mente, nada más. La meditación es el suicidio de la mente, la mente suicidándose. Si puedes dejada a un lado, sin productos químicos, sin medios físicos, entonces tú te conviertes en el amo. Y cuando esto ocurre, todo es nuevo. Siempre ha sido así. De principio a fin todo es nuevo, joven, fresco. La muerte nunca ha tenido lugar en este mundo. Es la vida eterna.
Una noche, acarreaba un viejo cubo lleno de agua…
Estás acarreando el viejo cubo lleno de agua. La mente es el viejo cubo, y los pensamientos son el agua. Y como valoras tanto los pensamientos, no puedes deshacerte de este viejo cubo. Porque ¿qué les pasaría entonces a tus pensamientos? Te agarras a ellos como si fueran una fuente muy honda de felicidad, una fuente profunda de silencio; como si a través de los pensamientos pudieras conseguir la vida y los tesoros que se ocultan en ella. Nunca has logrado nada así a través de los pensamientos. Esa es una absurda esperanza.
¿Qué has conseguido gracias a los pensamientos? Nada, excepto ansiedad, tensión. Pero te aferras a ellos, esperando que un día u otro, en algún momento futuro, te lleven a la verdad. Hasta el momento, nada semejante ha sucedido, y no va a suceder nunca, porque la verdad, no es nada que pueda pensarse. Está ahí. Sólo tienes que mirar. No es preciso pensar acerca de ella. Será necesario pensar si no está ahí, si tanteas en la oscuridad. Pero en la existencia no hay oscuridad; la existencia es absoluta luz. No tienes que andar a tientas. Estás tratando de reconocer las cosas con los ojos cerrados innecesariamente, y piensas: «Si dejo de hacerlo, me perderé». Pensar es tantear.
Meditar es abrir los ojos. Es mirar. Por eso los hindúes lo han llamado darshan, que significa “mirar”, mirar a, no pensar en. El mero mirar transforma. Pero llevas pensamientos en ese viejo cubo al que vas remendando, cuidando: ¿qué pasaría con tus valiosos pensamientos si tu cubo se rompiera? Tus pensamientos no valen nada.
Un día haz un pequeño experimento. Cierra tus puertas, siéntate en la habitación y empieza a escribir tus pensamientos, todo lo que te pase por la mente. No los cambies, porque no tienes que enseñar este trozo de papel a nadie. Simplemente ve escribiendo durante diez minutos y luego míralos: ahí tienes tus pensamientos. Si los miras, creerás que es la obra de un loco. Si le enseñas a tu íntimo amigo ese trozo de papel, también te mirará y pensará: «¿Te has vuelto loco?». Y él está también en la misma situación. Pero nos dedicamos a ocultar la locura. Tenemos rostros, y tras ellos somos unos locos.
¿Por qué valoras tanto estos pensamientos? Te has vuelto adicto a ellos -son una droga, son químicos-. Recuerda: pensar es algo químico, una droga. Siempre que empiezas a pensar entras en una especie de sueño hipnótico. Por eso te has vuelto adicto, pensar es como tomar opio: puedes olvidarte del mundo, de las preocupaciones, de las responsabilidades. Simplemente inicias otra clase de mundo en tu interior: soñando, pensando.
Quienes han estado trabajando durante mucho tiempo en la ciencia de los sueños dicen que dormir es necesario para poder soñar. Y cuando les preguntas por qué son necesarios los sueños, dicen que sirven para mantenerse sano, porque en los sueños puedes echar afuera tu locura. Toda la noche es una catarsis. Durante el sueño liberas tu locura, y por el día puedes mantener un comportamiento sano, ya volverás a actuar locamente. Los expertos dicen que si se te privara de tus sueños durante unos días te volverías loco, porque no habría catarsis y la locura empezaría a salir. Explotarías. Durante la noche sueñas -es una catarsis-, durante el día piensas -esto también es una catarsis, y te ayuda a dormir-. Es una droga. No tienes que preocuparte de lo que esté sucediendo. Simplemente te encierras en tus pensamientos. Además los conoces bien, te sientes a gusto con ellos, te sientes como en tu propia casa; no importa cuán sucia y vieja sea, has vivido en ella tanto tiempo que te has acostumbrado. Te has acostumbrado a tu cárcel. Les sucede a los prisioneros: si están en la cárcel durante mucho tiempo, tienen miedo de salir, les da miedo la libertad porque les traerá nuevas responsabilidades. Salir de la mente significa libertad absoluta, los hindúes lo han llamado moksha. No hay nada semejante: la cárcel queda destruida, estás simplemente bajo el cielo infinito. Te asalta el miedo; quieres volver a tu hogar, tu cómodo hogar, con paredes, con vallas.
Sientes temor ante el infinito porque se parece a la muerte. Te has acostumbrado a lo finito, con fronteras evidentes, distinciones claras. Por eso no puedes prescindir de los pensamientos, no puedes deshacerte del cubo. En vez de ello, vas haciendo el cubo más y más grande, y es como tu vientre: cuantos más pensamientos metes dentro, más se expande. Y el vientre puede estallar si comes demasiado, pero la mente no.
Una mente ordinaria puede contener todas las bibliotecas del mundo. En tu cabecita hay setenta millones de células, y cada una de ellas puede contener por lo menos un millón de elementos de información. Todavía no se ha inventado un ordenador que pueda ser comparado con tu mente. Dentro de tu cabecita, llevas todo el mundo. Y sigue expandiéndose.
Chiyono estudió y estudió, puso más y más agua en el viejo cubo. No pudo alcanzar la iluminación. Pero:
Una noche, acarreaba un viejo cubo lleno de agua. Mientras
caminaba, contemplaba la luna llena reflejada en el agua
del cubo.
La luna llena estaba alta en el cielo, y se reflejaba en el agua, en el cubo, y ella la miraba. Esto es lo que le sucede a todo el mundo. No es un cuento, no es una anécdota, es un hecho, te está sucediendo a ti. Nunca has mirado la luna llena. No puedes. Siempre miras la luna reflejada en tu agua, en tus pensamientos. Por esto los hindúes, en particular Shankara, han dicho: todo cuanto conoces es maya, ilusión. Es como si estuvieras mirando la luna en el agua, un reflejo, no la luna verdadera. Y piensas que es la luna.
Todo cuanto ves, lo ves a través del reflejo. Tus ojos reflejan; tus ojos no son sino espejos. Tus oídos reflejan. Todos tus sentidos son espejos, reflejan. Y luego está el mayor espejo de todos, tu mente; refleja. Y no sólo eso, también comenta, interpreta. Junto y en paralelo con el reflejo, ofrece un comentario. Distorsiona.
¿Has visto espejos que distorsionen? No hace falta ir a ningún sitio, tienes uno en tu interior; tu mente lo distorsiona todo. Todo cuanto hasta el momento has conocido, no ha sido la luna real en el cielo, porque con este viejo cubo lleno de agua, ¿cómo puedes mirar la luna real? Vas mirando el reflejo y el reflejo es ilusorio. Éste es el significado de maya, ilusión. Todo cuanto conoces es maya, es apariencia, no lo real. Lo real aparece sólo cuando el cubo se rompe, entonces el agua se escapa, el reflejo desaparece.
De pronto, las tiras de bambú que sujetaban el cubo se rompieron,
y el cubo se hizo pedazos.
Sucedió de pronto; fue como un accidente. Intenta entender este fenómeno. La iluminación es siempre como un accidente porque es impredecible: no puedes conseguirla, no puedes disponer las cosas para que se dé la iluminación, no puedes hacer que suceda. Si pudieras hacerlo, la iluminación no podría ser algo más allá de la mente, sería sólo una trampa de la mente. Mucha gente lo intenta. Hacen esto y lo otro, creando la causa para que la iluminación suceda, pero no se trata de algo causal. Si la causas no pueden ser más grande que tú. Si la causas, es absolutamente inútil. Ocurre, no puede ser causada. No es una continuidad de tu mente, es un abismo discontinuo. De repente no estás ahí y ella está ahí. ¿Cómo podrías conseguirla? Si la consigues, tú estarás ahí.
Cuando Gautama Siddharta se iluminó, se convirtió en un buda. ¿Era el mismo hombre? ¡No! Si el mismo hombre se ilumina… eso es imposible. La continuidad se rompe; el hombre viejo simplemente ha desaparecido. Éste es un hombre absolutamente nuevo. Gautama Siddharta, el príncipe que había dejado su palacio, su mujer y su hijo, ya no está allí. Aquel ego ya no existe; aquella mente ya no existe. Aquel hombre viejo ha muerto -el viejo cubo se ha roto-. Ahora éste es absolutamente nuevo; nunca había estado allí. Por eso le damos un nuevo nombre, le llamamos Buda. Abandonamos el viejo nombre, porque el viejo nombre pertenecía a otra identidad, otra personalidad, a algún otro. Aquel viejo nombre nunca perteneció a este hombre.
La iluminación es un fenómeno discontinuo. No es continuo, porque si es continuo sólo puede ser, en el mejor de los casos, un pasado modificado; no puede ser absolutamente nuevo, porque el pasado continuará -sólo habrá sido modificado, estará un poco cambiado aquí y allá, pintado, pulido, pero lo viejo continuará-. Puede ser mejor, pero seguirá siendo lo viejo.
La iluminación es como un accidente. Pero no me malinterpretes, porque cuando digo que la iluminación es como un accidente, no estoy diciendo que no hagas nada por ella. No es éste el sentido. Si no haces nada por ella, ni siquiera el accidente sucederá. Éste ocurre únicamente a quienes han estado haciendo mucho por él; pero nunca sucede como resultado de sus actos. Éste es el problema: nunca sucede como resultado de sus actos; nunca sucede sin sus actos. Estos actos no son la causa de que suceda, sólo son la causa que crea en ellos la situación para que se vuelvan propensos a sufrir accidentes, esto es todo.
Tus meditaciones te predispondrán al accidente, esto es todo. Por eso ni siquiera un buda puede decir cuándo va a suceder tu iluminación. La gente viene a mí y pregunta; yo les digo: «Pronto». No significa nada. Pronto puede ser el momento siguiente, pronto puede no llegar por muchas vidas, porque el accidente no puede ser predicho. Si pudiera predecirse no sería en absoluto un accidente, entonces se trataría de una continuidad.
Pero no dejes de hacer cosas. No pienses que si va a suceder, va a suceder; entonces no sucederá nunca. Tienes que estar preparado para cuando ocurra el accidente, preparado para lo desconocido -preparado, esperando, receptivo-. De lo contrario el accidente acaso llegue y te pase inadvertido. Puedes estar durmiendo. Lo desconocido puede llamar a la puerta y puedes no escucharlo. Puedes estar profundamente dormido o hablando con alguien, o puedes interpretar que es sólo el viento contra la puerta. Puedes pensar tantas cosas… todos somos grandes pensadores.
Mantente preparado para el accidente. Y recuerda: lo que haces no es una causa que provoque el accidente, simplemente crea una situación en ti; tus actos no pueden causar el accidente, sólo pueden invitar a que suceda. La diferencia es grande, porque si piensas que pueden causado, empiezas a exigir. Dices: «¿Por qué no está sucediendo? ¿Por qué no me ha sucedido hasta ahora?». Crea una tensión interna, y si hay tensión, es imposible que suceda. Tiene que cogerte desprevenido. Deberías estar esperando, pero no ansioso, has de estar relajado. Deberías invitarle, pero no tener la certeza de que el invitado va a llegar.
A fin de cuentas, depende del invitado, no de ti. Pero sin la invitación, el invitado nunca vendrá, esto es seguro. Con tu invitación no es seguro que venga; pero con tu no-invitación seguramente no vendrá. Si lo invitas puede venir, hay una posibilidad. Así que espera en la puerta, pero no estés ansioso, no estés demasiado seguro.
La certeza es de la mente, la espera es de la consciencia. Y la mente es superficial, todas sus certezas son superficiales. Puede suceder en cualquier momento. En cuanto estés preparado para ver, para mirar, te darás cuenta de que ha estado siempre sucediendo a tu lado. No estabas mirando, no mirabas hacia este rincón.
He oído decir que en cierta ocasión el Mulla Nasrudin estaba descansando en su silla. Su mujer miraba la calle y él miraba la pared. Estaban sentados dándose la espalda, como hacen siempre marido y mujer.
De pronto la mujer dijo:
-Nasrudin, ¡mira! El hombre más rico de la ciudad ha muerto y miles de personas van a darle el último adiós.
-¡Lástima -dijo Nasrudin-, no estoy mirando hacia ese lado!
«¡Lástima, no estoy mirando hacia ese lado!». No va a mirar, se trata de un simple giro de la cabeza… Pero esto es lo que te sucede a ti. Qué lástima. No estás mirando hacia el lado donde el accidente está ocurriendo, donde lo desconocido está ocurriendo.
Las meditaciones te ayudarán a mirar hacia lo desconocido, hacia lo desacostumbrado, hacia lo extraño. Te harán más abierto al accidente. Pero no puedes causarlo.
Incluso si estás preparado, puede que tengas que esperar. No puedes forzarlo; no puedes traerlo hasta ti. Si pudieras forzarlo, entonces la religión sería como la ciencia. Ésta es la diferencia básica entre ciencia y religión. Aquélla puede forzar las cosas porque depende de la causa, no de invitaciones. La ciencia puede hacer cualquier cosa porque encuentra la causa. Una vez se conoce la causa, todo puede hacerse. La ciencia sabe que si calientas agua hasta los cien grados se evaporará -ésta es una causa-. Puedes estar seguro: en cuanto llega a cien grados, el agua empieza a evaporarse. Puedes forzar el agua a evaporarse calentándola. Puedes mezclar oxígeno e hidrógeno y puedes forzarlos a convertirse en agua. Puedes causar. La ciencia intenta conocer la causa.
La religión es diferente, básicamente diferente. Nunca puede convertirse en una ciencia en este sentido, porque busca lo incausado, lo discontinuo; está buscando una conversión absoluta. Puede causarse una conversión relativa, una transformación parcial. ¿Pero absoluta? ¿Nada de lo viejo y todo nuevo? -entonces tiene que existir un intervalo-. No puede haber un vínculo. Tiene que haber un salto. De forma que lo viejo deja de existir y lo nuevo comienza a existir, y no están unidos -hay un intervalo-. Gautama Siddharta sencillamente desaparece. Gautama Buda aparece: hay un intervalo.
Este intervalo debe ser recordado. Por eso digo que la iluminación es como un accidente. Pero tienes que estar trabajando continuamente por él, ésta es la paradoja. Escuchándome no te vuelvas perezoso. Escuchándome no te duermas. Escuchándome no empieces a pensar y a razonar que «si es un accidente y no podemos causarlo, entonces ¿por qué meditar? Entonces, ¿por qué hacer esto y lo otro? Lo único que puedo hacer es esperar». No, tu espera no debe ser una espera perezosa. Tu espera debe ser viva. Debes esperar con absoluta energía a tu disposición. No puedes esperar como un hombre muerto: debes esperar joven, fresco, vivo, palpitante. Sólo entonces puede sucederte este algo desconocido. Cuando estás en lo mejor de tu vida, al máximo de tu capacidad, cuando estás más vivo, cuando estás en la cumbre, sólo entonces sucede. Sólo una cumbre puede reunirse con esta gran cumbre; sólo cumbres: sólo lo similar puede reunirse con lo semejante.
Sigue trabajando todo lo que puedas, pero no crees por ello ninguna exigencia. No digas «He hecho esto, ahora debe suceder». No hay deber que valga. Es un extraño. Le vas escribiendo invitaciones, pero no tiene dirección, por lo que no puedes enviárselas. Vas echando a los vientos tus invitaciones; acaso lleguen, acaso no. Dios es siempre un “quizás”; pero es bello cuando las cosas son “quizás”. Cuando las cosas son seguras, se pierde la belleza.
¿Has observado que en la vida lo único seguro es la muerte y que todo lo demás es inseguro? ¡Todo es inseguro! Nadie sabe si vendrá o no el amor. Nadie sabe si podrás o no cantar una canción. Una cosa es segura: la muerte. La certeza pertenece a la muerte, nunca a la vida. Y si estás buscando la vida eterna, entonces vive en el quizás. Vive abierto, esperando, pero siempre recordando que no puedes causarlo. Cuando suceda, desaparecerás.
Éste es el significado de este bello suceso:
De pronto, las tiras de bambú que sujetaban el cubo se rompieron.
Sucedió de pronto. Pero ella estaba trabajando, estudiando, meditando. Era una gran monja. Había vivido por lo menos durante treinta, cuarenta años con un maestro, y había trabajado tremendamente.
Tengo que decirte algo sobre Chiyono. Era una mujer muy bella, de una belleza rara, única. En su juventud, hasta el emperador y los príncipes la pretendían. Los rechazó, porque quería sólo ser la amante de la divinidad, por lo que nadie era bastante para ella, nadie podía llenarla.
Fue de un monasterio a otro para tomar sannyas, para ser ordenada monja; pero incluso grandes maestros se negaron a aceptada, porque era tan bella que hubiera traído problemas. Había muchos monjes, y claro está, los monjes son unos reprimidos, y ella era tan bella que ellos se hubieran olvidado de Dios y de todo lo demás. Y es que era bella de verdad, así que todas las puertas se le cerraron.
El maestro decía: «Tu búsqueda es auténtica, pero yo tengo que tener en cuenta también a mis seguidores. Hay quinientos sannyasins; se volverían locos. Olvidarían sus meditaciones, sus escrituras, todo. Te convertirías en el dios. Así que, Chiyono, no crees problemas a estos pobrecillos, vete».
¿Y qué hizo Chiyono? No encontrando otra salida, se quemó la cara, convirtió en una cicatriz toda su cara. Y entonces acudió a un maestro; él ni siquiera pudo discernir si era una mujer o un hombre. Entonces fue aceptada como monja.
Estaba muy preparada. La búsqueda era auténtica. El accidente era merecido, se lo había ganado. Estudió, meditó durante treinta, cuarenta años sin descanso. Entonces, de repente, una noche, el desconocido llegó a su puerta…
De pronto las tiras de bambú que sujetaban el cubo se rompieron, y
el cubo se hizo pedazos. El agua se derramó, el reflejo de
la luna desapareció, y Chiyono se iluminó.
Ella iba mirando la luna, era preciosa. Hasta los reflejos son bellos, porque reflejan la belleza absoluta. También es bello el mundo, porque es un reflejo de Dios. Así que no digas que el mundo es feo. ¿Cómo puede ser feo el reflejo, cuando refleja la divinidad?
Por eso quienes dicen que el mundo es feo y renuncian a él se equivocan del todo, porque si renuncias a este mundo, en el fondo estás renunciando al creador. No renuncies. Incluso un rostro de mujer es bello, porque refleja. El rostro de un hombre es bello, el cuerpo es bello, porque reflejan. Los árboles son bellos, los pájaros son bellos, porque reflejan. El reflejo es tan bello… ¿qué podemos decir del original?
Por eso un buscador auténtico no está contra el mundo. Un verdadero buscador ama tanto al mundo que quiere ver el original. Ama tanto este reflejo que surge el deseo de ver, ver la luna llena en el cielo. Abandona este reflejo, no porque esté contra él, abandona este reflejo en aras de la búsqueda de aquello que se reflejaba en él. No está en contra del amor, su oración no es contra el amor. Ha conocido en el amor tanta belleza que quiere ir más adentro. La oración es el “enamoramiento” más profundo. Ha conocido tanto en el reflejo, era tan bello, tan fragante, había allí una música tal que ahora ha surgido el deseo de conocer su fuente. Y si el reflejo es tan musical, ¿qué armonía debe haber en la fuente original?
Un buscador auténtico no está nunca contra nada. Está a favor de algo, pero nunca contra algo. Está a favor de Dios, pero nunca contra el mundo, porque en definitiva el mundo pertenece a Dios. Si veo tu rostro en un espejo y es bello, ¿tendré que estar contra el espejo? En realidad, tendré que sentirme agradecido, porque te reflejó. Pero no voy a limitarme al espejo; voy a ir a buscarte a ti, que te reflejabas en el espejo. Tendré que dejar el espejo, pero no porque esté en contra de él. Me sentiré agradecido hacia él, porque reflejó algo, y en el reflejo era tan bello… pero ahora tengo que irme a encontrar la fuente original.
El agua se derramó, el reflejo de la luna desapareció,
y Chiyono se iluminó.
Iba mirando la luna reflejada en el cubo. De repente el cubo cayó, el agua se derramó y la luna desapareció, y esto se convirtió en el punto de inflexión.
Siempre hay un punto de inflexión a partir del cual lo viejo desaparece y empieza lo nuevo, a partir del cual renaces. Esto se convirtió en el punto de inflexión. De pronto, el agua se derramó y ya no había luna. Así que debió de mirar arriba, y la verdadera luna estaba allí. Y esto se convirtió en una parábola, se convirtió en un fenómeno interno. Lo mismo estaba sucediendo dentro: todo era visto a través de la mente, ésta era el espejo. De pronto, se dio cuenta de este hecho, de que todo era un reflejo, una ilusión, porque era visto a través de la mente. Al hacerse pedazos el cubo, también la mente en su interior se hizo pedazos. Estaba preparada. Todo cuanto podía hacerse había sido hecho. Todo cuanto era posible lo había hecho. No quedaba nada, estaba preparada, se lo había ganado. Este incidente ordinario se convirtió en un punto de inflexión.
Pero recuerda: no sigas a Chiyono. A ti no te va a suceder de la misma manera. Como conoces la anécdota, puedes romper la vasija, y ver derramarse el agua, y ver que el reflejo desaparece… pero que nada te sucede. No hay que hacer de ello un ritual.
Pero así es como ha venido actuando por los siglos de los siglos la tonta humanidad. Se conocen puntos de inflexión, pero son siempre individuales y únicos. No pueden ser repetidos, porque nadie puede ser Chiyono de nuevo. El mundo nunca repite. Dios es tan original, nunca repite. Chiyono nació sólo una vez, nunca más, nunca, nunca más. Por lo que tú no puedes repetir lo que le sucedió a ella, porque tú no eres Chiyono.
Pero así es como va la cosa, porque nuestra mente funciona como un sistema lógico. Si le ocurrió a Chiyono llevando un cubo de agua, entonces yo también llevaré uno, se romperá, el agua se derramará, se acabará el reflejo, la iluminación llegará. Conviertes lo ocurrido en un ritual. Esto es lo que se lleva a cabo en las iglesias, las mezquitas, los templos: rituales.
¿Cómo le sucedió a Buda? Siéntate así, planta un árbol Bodhi, siéntate debajo con los ojos cerrados, como un buda, y sólo eres un tonto. No te convertirás en un buda, eres sólo un tonto. Si no fuera así, no lo hubieras repetido. Los rituales son repetidos por los idiotas. Porque este grado de comprensión… que no se trata de sentarse bajo un árbol bodhi. La larga preparación que tuvo Buda, los millones de vidas que pasó… Buda es una personalidad única. Éste es el último punto de inflexión. Es el punto final. Muchas, muchas vidas de esfuerzo, de búsqueda… y entonces llega este clímax.
El que estuviera sentado bajo el árbol bodhi es sólo accidental. Hubiera sucedido de cualquier modo. Si no hubiera estado sentado allí, también habría sucedido. Si no hubiera habido árbol, también habría sucedido. No era necesario que estuviera sentado, hubiera podido estar caminando y hubiera sucedido. Esto es una conclusión. Fue una coincidencia el que estuviera sentado bajo el árbol bodhi en una postura determinada. La postura no es la causa, el árbol no es la causa, la manera de estar sentado no es la causa. Si fueran las causas, tú podrías repetir todo lo que Buda hizo. Caliéntala a cien grados y el agua se evaporará. Siéntate bajo el árbol bodhi exactamente en la misma postura que Buda, incluso más perfectamente que él, y te iluminarás.
No, no es la manera. Y no seas tonto, no sigas a ciegas, y no hagas de nada un ritual. Se necesita comprensión, no ritual. Es bueno sentarte en la postura de un buda, pero recuerda bien que no eres Buda y que para ti no va a funcionar el mismo punto de inflexión, sino algo diferente. Y si vas siguiendo a Buda, absolutamente ciego, en este caso puede escapársete tu punto de inflexión; éste es el problema, porque no va a suceder con este ritual repetitivo, tienes que buscar el tuyo propio.
Utiliza la ayuda de todos los budas, pero no seas ciego. Compréndelos tan a fondo como puedas, porque ellos han llegado, pero no hay un camino hecho.
La dimensión espiritual es como el cielo: no se dejan huellas, no puedes seguir. Un pájaro vuela, no queda huella. El cielo sigue vacío, no se forma un camino. No es como la tierra. Si pasa mucha gente, aparece un sendero; puedes seguir. La dimensión espiritual es la dimensión del cielo, porque es inmaterial, no es terrenal, no queda huella. Buda vuela; mira el vuelo, su belleza, el vislumbre, la luz; disfrútalo, compréndelo, pero no intentes seguirlo, no seas ciego. La ceguera no va a ayudarte.
Chiyono se iluminó, y de esta manera nunca le ha sucedido a nadie más. Buda no llevaba un cubo de agua, ni tampoco Mahavira, ni Krishna, ni Lao-Tse, ni Zarathustra; ninguno de ellos llevaba un cubo de agua. Pero después de Chiyono muchos lo han llevado, porque parece tan simple… Puedes hacerlo, parece tan simple, no entraña dificultad. La luna llena vuelve todos los meses; puedes esperar y volver a hacerlo.
No seas ritualista. El ritual no es religión. El ritual es la cosa más antirreligiosa del mundo. Recuerda que eres único, y te va a suceder algo único, que nunca ha sucedido antes, que nunca va a volver a suceder. No sólo son únicas tus huellas dactilares, tu alma es única.
Estaba leyendo una obra de investigación científica que prueba que cada una de las partes del cuerpo es única -no sólo las huellas dactilares: tienes un hígado diferente, un tipo diferente de corazón, un tipo diferente de estómago; nadie más lo tiene-. Y en los libros de texto que lees y en los que ves la imagen del estómago, nunca encontrarás este estómago; éste es sólo el promedio, imaginario. Si miras los estómagos de personas reales, todos serán diferentes.
El “promedio” no es la verdad; es sólo una aproximación matemática, no un hecho. El hecho es siempre único. Tienes un tipo de ser diferente de todos los demás. Y es bueno, y es bello que seas diferente -no una repetición, no como un automóvil Ford-. Se pueden producir un millón de automóviles idénticos. Tú no eres una máquina, eres un hombre. ¿Y en qué consiste tu hombría, tu humanidad? ¿En qué te diferencias de una máquina? En tu unicidad. Las máquinas son repetibles, sustituibles. Puedes sustituir un automóvil Ford por otro; no hay problema. Pero ningún hombre puede ser sustituido, nunca. Es una floración tan única, sólo sucede una vez.
Por lo que no seas ritualístico, y trata de comprender. Que la comprensión sea la ley, la única ley que hay que seguir.
Chiyono escribió este poema después. Celebró este fenómeno con un poema, con una canción. Escribió:
De una y otra forma,
intenté mantener íntegro el cubo,
esperando que el frágil bambú nunca se rompería.
De pronto, el fondo cedió, se derramó el agua;
se acabó la luna en el agua
(vacío en mi mano).
De una y otra forma intenté mantener íntegro el cubo… De una y otra forma has intentado mantener íntegro el cubo. Has estado ayudando a tu mente de mil maneras para conservarla íntegra. Y la mente es la barrera -sin embargo piensas que la mente es el amigo-. La mente es el enemigo, y lo has estado ayudando de mil maneras.
Yo te estoy diciendo muchas cosas contra la mente, y vas a meter estas cosas en tu mente y apoyarte en ellas. Si las cosas que digo se convierten para ti en conocimiento, cuando te separas de mí y te alejas eres más erudito. Entonces, incluso las cosas contra la mente se han convertido en apoyos. No conviertas en algo aprendido lo que digo, no lo hagas parte de tu conocimiento. En vez de esto, mira lo que digo y olvida todo cuanto sabes. No lo conviertas en un aporte nuevo a tu vieja mente.
De una y otra forma,
intenté mantener íntegro el cubo,
esperando que el frágil bambú nunca se rompería.
¿Puedes encontrar algo más frágil que la mente? ¿Puedes hallar algo más tenue o más impotente que los pensamientos? Nada sucede a partir de ellos, nada sale de ellos; sólo continúan. Son del mismo material que los sueños; en realidad son inexistentes, meros remolinos en el vacío de tu ser.
De pronto, el fondo cedió y Chiyono dice: «Yo no hice nada. De hecho, estaba haciendo lo contrario; tratando de mantener íntegro el cubo y esperando que el frágil bambú nunca se rompería. De pronto el fondo cedió, nada que yo hiciera, no fue actuación mía. De pronto el fondo cedió -fue un accidente-. Se derramó el agua; se acabó la luna en el agua (vacío en mi mano). Y desapareció el agua. Y desapareció el cubo. Sólo vacío en mi mano».
Y es esto lo que es un buda: un vacío en la mano. Cuando tienes vacío en la mano lo tienes todo, porque el vacío no es algo negativo. El vacío es la cosa más positiva, porque todo viene de la nada. Todo ha nacido de la nada. Vacío en la mano significa fuente en la mano.
Tenemos una semilla, tan pequeña, y luego nace un gran árbol. ¿De dónde viene este árbol? Observa la semilla, rómpela e intenta encontrarlo. Si rompes la semilla, encontrarás vacío allí. De este vacío viene este gran árbol, de este vacío viene todo este universo;-de la nada viene el ser.
Vacío en mi mano significa todo en mi mano; es la misma fuente de la que todo mana, y adonde todo vuelve, adonde todo regresa. Vacío en mi mano significa todo en mi mano, todas las cosas en mi mano.
«Y, de pronto sucedió. No puedo felicitarme por ello. Sucedió de pronto. Yo estaba haciendo lo contrario».
Por esta razón los santos -los que creen, o los que usan la terminología de Dios-, dicen que todo sucede por la gracia divina. Chiyono o los budistas no creen en ningún dios, no utilizan esta simbología. Por lo que Chiyono no podría decir: «Por la gracia divina». Eckhart diría: «Por su gracia -sin mérito de mi “parte”. No he hecho nada para merecerlo. No lo he causado». Mirabai diría: «Por gracia de Krishna». Teresa diría: «Jesús y su gracia».
Los budistas no creen en ningún dios personalizado; su perspectiva es totalmente ajena a los símbolos personales. No son antropocéntricos. Así que Chiyono no puede decir “gracia”, dice simplemente “sucedió de pronto”, pero significa lo mismo. «Sucedió de pronto. Yo estaba haciendo más bien lo contrario. Todo desapareció: el agua se derramó, la luna desapareció (vacío en mi mano)».
Y esto es la iluminación: cuando hay vacío en tu mano, cuando todo está vacío, cuando no hay nadie, ni siquiera tú -porque si tú estás aquí, el cubo está aquí, el viejo cubo-. Si tú no estás aquí y la habitación está totalmente vacía, tu ser no está lleno de nada, te has convertido en la fuente. Has alcanzado el rostro original del zen.
Y éste es el momento más feliz de todos los posibles. Y este momento se convierte en eterno -no tiene fin-. Este momento se convierte en la eternidad. Entonces no puedes ser de otra forma, porque ya no eres. ¿Quién puede estar triste? ¿Quién puede sufrir? ¿Quién puede sentirse decepcionado? ¿Quién puede desear y sentirse frustrado? El vacío no puede ser frustrado. El vacío no puede desear. El vacío no puede esperar nada, así que sigue estando absolutamente feliz, absolutamente feliz.
Si eres, sufrirás. Si no eres, no puedes sufrir. Así que todo el problema consiste en: ¿ser o no ser?
Y Chiyono de pronto se dio cuenta de que no era: vacío en la mano.
Basta por hoy.