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La familia es un árbol mágico en cada uno de nosotros

Entrevista con Alejandro Jodorowsky

Dentro del vasto movimiento de descubrimiento, o de redescubrimiento, de la transgenealogía, Alejandro Jodorowsky fue una de las figuras pioneras. ¿Qué es la transgenealogía? Es el estudio, principalmente por terapeutas, de todo lo que nos afecta al cuerpo, al alma y al espíritu que proviene de nuestra ascendencia, de nuestros antepasados. Como dice Jodorowsky: “Dentro de cada uno de sus antepasados hay un Buda dormido; si quiere despertarse, trabaje para elevar su árbol genealógico entero al nivel de Budeidad”.
Con una especie de retraso sobre los orientales, aunque también provistos de herramientas para la introspección cada vez más sofisticadas, los occidentales han empezado a descubrir que es esencial honrar a los antepasados, ¡porque forman parte de nosotros! Honrarlos puede significar varias cosas: conocerlos, analizarlos, desmontarlos, acusarlos, eliminarlos, darles las gracias, quererlos… para, al final, “ver el Buda que hay en cada uno de ellos”. Mucho antes que la terapia transgenealógica se pusiera de moda, el director y dramaturgo Jodorowsky , cofundador del concepto del Teatro pánico junto a Arrabal, Topor y algunos otros provocadores con mucho talento que llegaron de Hispanoamérica durante los años sesenta y setenta, ya había colocado el árbol genealógico en el centro de su visión del mundo. Todo el mundo sabe que este antiguo revolucionario cultural se convirtió, hace ya muchos años en un sabio que ayuda a la gente a encontrar su camino en medio del caos espiritual moderno, gracias sobretodo a las cartas del tarot. Ya hace treinta y cinco años que, cada miércoles, recibe a personas llegadas de toda Europa en un restaurante transformado en cabaret místico donde, de manera completamente gratuita, les tira las cartas a media docena de ellas, mientras a su alrededor se amontonan docenas de buscadores del sentido de la vida para escuchar lo que dice el artista… a veces, en voz baja cuando, después de entrevistar (con gran compasión) y escuchar a su paciente, y tras estudiar atentamente su árbol (genealógico), le prescribe el acto psicomágico que deberá ritualizar para curarse.

Otras veces es distinto: ni empujones ni cabaret, Alejandro Jodorowsky transmite su arte a otros terapeutas recibiendo en consulta, en su casa, a una sola persona. Pero los ingredientes son los mismos: entrevista compasiva, escuchar, interpretación de las señales simbólicas, psicomagia y siempre, como núcleo de todo, el detallado estudio del árbol de la persona.
Y nosotros queríamos entrevistarlo para preguntarle, sobre todo, acerca de este último punto. Habíamos asistido a una de sus consultas. Un caso impresionante. Una mujer, que había sufrido abusos sexuales por parte de su padre cuando era pequeña, mostraba un rechazo total a hacer el amor con cualquier otro hombre. A los cincuenta años y después de haber pasado por un largo proceso de psicoanálisis, sin éxito, se cruzó en el camino de Jodorowsky y aceptó probar su método. En pocas horas, todo el pasado iba a resurgir… remontándose hasta más allá de su nacimiento; después de un minucioso estudio, su árbol genealógico revelaba multitud de incestos en todas las ramas de la familia, durante varias generaciones. Empujada por Jodo a romper el pacto maldito de amor-odio que la encadenaba a su padre, la mujer pasó un momento terrible. Una especie de enajenación ultrarrápida. Gritos. Abatimiento. Le prescribió un ritual psicomágico bastante rudimentario: diseñar a tamaño real el sexo del padre pedófilo, envolverlo con el árbol genealógico familiar, y acompañado de algún adorno que simbolizara el dolor que la señora se había arrancado del corazón, lanzar todo el paquete al Sena… La consecuencia del ritual sería la calma impresionante y el principio de una serenidad que la mujer en cuestión nunca espero.

 

¿Sería posible sustituir años de terapia por una sesión de psicomagia fulgurante?
Alejandro Jodorowsky: Cuando uno toma conciencia de que lleva su árbol genealógico en el cuerpo y que puede expulsar el sufrimiento que esto conlleva igual que se expulsan los demonios, todo puede cambiar de golpe. Pero eso no exime de trabajar mucho en uno mismo. Trabajar el aspecto mental y el espiritual, pero también el carnal. En la carne, uno puede hacer comprender que hay que ceder… con la condición de no tener más miedo. No hace falta temer que uno se hunde hasta lo más profundo de su ser para atravesar toda la parte de su ser mal construida, todo el horror de la no conclusión de las acciones y para levantar el obstáculo del árbol genealógico que tenemos atravesado y que opone todas sus fuerzas para frenar el flujo de la vida. En este obstáculo, formado por un montón de ramas muertas, se encuentran los espectros de los padres, los abuelos, los bisabuelos… Hace falta mucho valor y energía para enfrentarlos y decirles: “¡Basta! ¡Yo no comeré más en este plato tan sucio! ¡Ya he tenido suficiente!”. ¿Es duro? Evidentemente, y sería mucho más fácil agarrarse a alguna golosina Psicológica tranquilizadora, tomar calmantes positivos y mirarse en un espejo mágico que nos diga que somos guapos y geniales… Pero, en fin, ¿el objetivo no era deshacernos de toda nuestra mierda? Pues bien, para eso hay que trabajar duro.

¿Por dónde se empieza?
A.J.: En primer lugar, hay que saber colocarse dentro del árbol genealógico de cada uno y entender que no sólo es pasado: ¡está muy vivo y presente en el interior de cada uno de nosotros! El árbol vive en mí. Yo soy el árbol. Yo soy toda mi familia. Me tocan la pierna derecha y papá empieza a hablar, el hombro izquierdo y la abuela empieza a gritar. Cuando me adentro en mi pasado, me adentro en el de mis padres y mis antepasados. Nadie tiene problemas individuales porque toda la familia está siempre en juego. El inconsciente familiar existe. El padre decide acudir a psicoanálisis, y de repente algo cambia en la familia y todos los miembros empiezan a evolucionar. Desde el mismo momento en que alguien toma consciencia de algo, hace que todos los suyos también la tomen. Ese alguien es la luz. Cuando aparece la primera manzana en el árbol, todo el árbol esta contento, ¿lo entiende? Si uno hace su trabajo, todo su árbol se purifica.

¿Podría purificarse a espaldas de determinados miembros y de manera irrevocable?
A.J.: A espaldas sí, pero nunca de manera irreversible. Siempre es posible tener una recaída y, si aparece, también afectará a todo el árbol. Cuando fracaso, mi destino afecta a toda mi familia, incluyendo a los niños que nacerán en las próximas tres o cuatro generaciones. Nuestra responsabilidad es inmensa. Sobre todo con los niños. No tienen el mismo concepto del tiempo que nosotros. Para los adultos, puede parecer que, una escena dura una hora, para los pequeños habrá durado un mes o un año y los marcará de por vida. Por eso es muy importante saber muy bien con quién dejamos a nuestros hijos. Si se deja a un hijo durante ocho horas al día con una persona neurasténica, o histérica, o con muchos problemas, el niño corre el riesgo de absorberlo todo. Nosotros mismos, cuando nos encargamos de un niño tenemos que ir con el máximo cuidado.

Algunos psicoanalistas, como Nicholas Abraham o Didier Dumas, dicen que el problema que le encuentran a los árboles son los fantasmas. También los llaman lo no-dicho traumático, lo no- pensado transgenealógico que se pasea por los árboles familiares y hace enfermar a los humanos.
A.J.: Es verdad. Y si lo no-dicho es tan traumático es que entonces todos somos seres que hemos sufrido abusos. Abusos de mil tipos. Ahora bien, cuando somos adultos, tendemos a repetir sobre los demás los abusos recibidos en la infancia. Hay abusos mentales, verbales, emocionales, sexuales, materiales o abusos de ser: no me han dado la oportunidad de ser, no han visto quien era realmente, han querido que fuera otra persona, me han dado una muy buena vida pero que no era la mía. Mis padres querían un niño y tuvieron una niña… No me han dejado ver, escuchar o decir y lo que me han dicho no era para mí. Abusos materiales: no tuve el espacio, el aspecto o la alimentación que me correspondía.

En cuanto a los abusos sexuales, son mucho más habituales de lo que la gente cree. La lista de abusos es muy larga, así como la de las culpas: nos casamos por tu culpa, he echado a perder mi vida por ti, quieres irte, nos traicionas, no piensas como nosotros; entonces se creará un abuso que será un fracaso o una devaluación. ¡La homosexualidad reprimida es muy habitual y también los niños con falta de cariño! ¡Y el incesto! Y todo esto se reproduce hasta el infinito. Nunca se acaba, es inmenso, enorme, increíble. ¿Cómo podemos reaccionar ante tal muestra de humor?

¿Humor?
A.J.: Pues claro porque, por lo visto, el universo lo creó un tipo a quien le encantan las GRANDES bromas, ¡pero normalmente son bromas muy macabras! Ese humor se presiente los juegos de sincronicidad. Esta mañana, descuelgo el teléfono y marco el prefijo cero, creo que es el de mi hijo Adam. Me responde una mujer:
-¿Diga?
-Buenos días, ¿está Adam?
-No, soy su hija.
-¿Su hija? ¡Pero si mi hijo no tiene ninguna hija!
-¡Que bien! Entonces, a lo mejor mi padre no se llama Adam.
Por error, había llamado a un número equivocado y me había respondido una chica cuyo padre también se llamaba Adam. Pues bien, eso es un juego de Dios, que me ha gastado una pequeña broma. Más tarde, le he dicho a mi hijo:
-Adam, he hablado con tu hija en el futuro.
-¡No me digas eso papá!
Pensaba que me estaba burlando de él.

En nuestra época, el abuso más sencillo se caracteriza por la omisión: la falta de un padre, la falta de una autoridad paterna.
A.J.: Sí, y cuando falta el padre, la madre es dominante, sobre protectora y deja de ser una madre. Entonces, podemos hablar de la ausencia total de padre y de madre. Vivimos en una civilización de niños. Se busca un padre por todas partes y por eso existen los gurús, que vienen a sustituir a los padres ausentes y, a veces, a las madres ausentes… Vivimos en una sociedad sedienta de caricias. Yo, por ejemplo, no recuerdo que mi padre me abrazara… Los hombres no se tocaban. En cuanto a mi madre, desde el momento en que me cortaron los rubios mechones de su propio padre ideal, me alejó de ella y no tengo recuerdo de que alguna vez me acariciara. Somos niños que, a menudo, sufrimos el abuso de vernos privados de las caricias que tanto necesitamos.

¿Hasta dónde tendríamos que remontarnos para purificar todos estos abusos?
A.J.: Es una pregunta complicada. Es un problema que afecta a todo el planeta, con los terremotos y las inundaciones, a toda la sociedad, toda la historia con sus guerras y sus crímenes. En la actualidad me encuentro con muchas personas que tienen problemas que proceden de la Primera Guerra Mundial. Por ejemplo, gasearon a un abuelo y ahora aparece una enfermedad respiratoria, es decir, un mal emocional, un problema de no realización. Aún hoy estamos pagando las consecuencias de esa guerra a través de abuelos o padres intermediarios y también, bastante a menudo, de tíos y tías: las relaciones entre mi padre (o mi madre) y sus hermanos o hermanas pueden influenciarme con mucha facilidad, aunque yo no sepa nada de violaciones, abortos provocados o naturales, crímenes, incestos, homosexualidades reprimidas, relaciones sadomasoquistas que les hayan podido afectar… Hacer una lista exhaustiva es imposible. A veces basta con un “Nada”. Nacer después de la muerte de un hermano y ser bautizado como René 3, símbolo de renacimiento, significa llevar siempre encima otro ser, el hermano muerto, de por vida. A menudo, todos reemplazamos a alguien: papá me ha puesto el nombre de una novia que se murió, y toda la vida seré la novia de papá; mamá me pone el nombre de su padre y yo para satisfacerla, intentaré ser como mi abuelo. O entonces, de manera totalmente inconsciente, mamá tiene un hijo de su padre y, bueno, representamos en vivo la historia de María y Dios; incluso puede bautizarme como Jesús, Salvador o José, un nombre cristiano, y me sentiré obligado a ser un niño perfecto.

Más explícitamente, ¿la religión tiene un papel muy importante en las resonancias transgenealógicas?
A.J.: ¡un papel considerable! La mayor parte de árboles genealógicos, sean los que sean, están muy marcados, a un nivel u otro, por libros sagrados mal interpretados, pervertidos, desviados de su intención original. Según donde hayamos nacido, los pecados (en especial, las desviaciones sexuales) pasarán por el tamiza de la Torá, del Nuevo Testamento, del Alcorán o de las Sutras… La interpretación pervertida de los textos sagrados es más mortal que la bomba atómica (y también incluyo las religiones materialistas y marxistas, que provocan daños igual de graves).                                                                                                        ¿Y qué hace el árbol genealógico ante estas catástrofes? Para no morir (algo que llega cuando el secreto ya no puede salir a la superficie por mucho que lo intente), tiene tendencia a equilibrarse con acrobacias inauditas, pudiendo crear un asesino por una parte y; por otra, un santo.

¡Habla de él como si realmente se tratara de un árbol con vida propia!
A.J.: ¡Es que lo es! Algunos psicoanalistas que han hecho estudios genealógicos han querido reducirlo a formas matemáticas, han querido racionalizarlo. Pero el árbol no es una cosa racional, es un ser orgánico, ¡una especie de árbol! Y me di realmente cuenta cuando realicé el experimento de teatralizar los árboles genealógicos.

¿Cómo se le ocurrió esta idea?
A.J.: Todos tenemos un tiempo y espacio interiores. Para trabajar sobre el tiempo interior, le preguntaba a la gente: “¿Cuánto tiempo piensa vivir?”. Y ellos me respondían: ochenta y seis años, sesenta años, setenta y cinco años… Y me di cuenta que eran edades en las que murieron miembros de sus familias. También descubrí que las mujeres daban a luz a la misma edad que sus madres. Dicho de otra manera, nuestros antepasados nos legan un determinado tiempo. Y también nos legan un espacio; un espacio en función de la moral, la religión y la inteligencia de nuestro árbol. Yo comprendí que, para ampliar mi inteligencia, tenía que ampliar el espacio interior que mis antepasados me habían legado. Entonces me pregunté dónde estaba esa familia interior. Todos tenemos una representación de nuestra familia que abarca el árbol entero, con sus imposibles y sus deseos. También descubrí que la familia de cada uno se ordenaba dentro de su espacio mental y me imaginé, esto fue en los años setenta, que este orden podría llevarse al escenario de un teatro, donde yo podría repartir el espacio interior de alguien pidiéndoles a mis alumnos, o a las personas que hubieran venido a mis clases, que representaran a los miembros de sus familias. ¿Cómo ordenarlos en el espacio? A algunos, me vinieron ganas de darles sillas, a los más humillados les pedía que se pusieran de cuclillas en el suelo, a los olvidados y excluidos les dije que se colocaran lo más lejos posible, los muertos estaban en el suelo, los niños se ponían de espaldas, etc. Todo esto formaba una enorme escultura en el espacio. Y al protagonista le preguntaba dónde se situaría él.
Nos remontábamos tan lejos en el pasado que la persona podía recordar su árbol o podía imaginárselo. Personalmente, yo también hice retroceder mi árbol hasta 1450 ampliando hasta ese punto mi tiempo, mi territorio y mi consciencia. Porque, dentro del árbol genealógico, también sitúo el nivel consciente. Uno primero ordena a su familia como una escultura en el espacio y en el tiempo, y después calibra su nivel de consciencia.
Al hacer esto, perseguía tres objetivos: conocer todo el universo, vivir tanto como él y ser su consciencia. Tres ideales divinos. El nivel más alto de consciencia es alcanzar ese impensable que llamamos Dios. Mientras no alcancemos el impensable, no tendremos una consciencia totalmente evolucionada y conservaremos una visión dualista de nosotros mismos. Sin embargo, si dejamos atrás toda dualidad, ¡la plena realización de la consciencia se revela y también su desaparición!

Así pues, tenemos a unas personas invitadas a representar sobre un escenario un árbol genealógico.
A.J.: Le preguntaba a la persona cuyo árbol estábamos estudiando que escogiera, cuidadosamente, a alguien que representara a su padre, a otra persona que representara a su madre, a otras para sus hermanos, etc. A partir de ese mismo instante, surgían sincronicidades asombrosas, juegos de resonancias entre las personas escogidas al “azar” y las personas que representaban. Nunca hasta entonces había sentido hasta qué punto todo en el universo está relacionado.

 

 

Y eso explicaría que el método que usted inventó en ese momento haya aparecido espontáneamente en la labor de otros terapeutas, como Bert Hellinger, que en cierto modo tuvieron la misma idea que usted.
A.J.: ¡Me alegro mucho y no estoy para nada celoso! Las ideas totalmente únicas y aisladas no existen. Todas surgen de la sociedad. Algunos psicogenealogistas han participado durante años en mis cursos antes de lanzar su propia escuela…. Y todas son herramientas para hacer progresar a la humanidad. En mi caso, enseguida me desvié hacia la psicomagia y el psicochamanismo, que son técnicas todavía más avanzadas. ¡Y ahora incluso se ven psicoanalistas utilizar herramientas comparables a las de la psicomagia!
El inconsciente no es científico, es artístico. Por lo tanto, el estudio el árbol debe hacerse de otra manera que no sea mediante la razón pura. ¿Cuál es la diferencia entre cuerpo geométrico y un cuerpo orgánico? En el caso del cuerpo geométrico, todos sabemos perfectamente cuáles son las relaciones entre las partes.
En el caso de un cuerpo orgánico esas relaciones son misteriosas; podemos añadir o quitar algo y el organismo sigue siendo el mismo. Las relaciones internas de un árbol también son misteriosas y para poder entenderlas, tenemos que adentrarnos en el inconsciente. Igual que en un sueño. El sueño del árbol genealógico no hay que interpretarlo, hay que vivirlo.

Pero ese sueño se parece mucho a una pesadilla ¿no?
A.J.: Sobre todo una invitación al trabajo, como en el hexagrama 18 del I Ching, que se llama “El trabajo sobre lo que está corrompido”. La imagen representa un plato con comida llena de gusanos y el comentario dice: “Las condiciones han degenerado hacia el estancamiento. Puesto que nos encontramos frente a un estado de cosas que dejan mucho que desear, la situación contiene, al mismo tiempo, lo necesario para ponerle fin”. ¡Es maravilloso! Cuando tengo un problema (ese plato podrido), se que tengo un trabajo que hacer. Sucede lo mismo con el tarot; cada vez que alguien tira una carta del revés, le digo: “No es una carta mala para ti, es un trabajo a realizar”.
El problema es que mucha gente tiende a sufrir. Una vez, una mujer acudió a mí llorando:
-Mi novio me ha dejado.
-Vamos a analizar por qué.
-No, no lo analice. Yo sufro, pero sé que él también debe estar pasándolo mal.
¿Que quiere hacer? A lo mejor, esta mujer es así porque, de pequeña, no recibió cariño y porque no conoce otra manera de ser ella misma si no es desde el sufrimiento. Mucha gente, ¡usted no, por supuesto! (gran sonrisa), detesta sufrir pero no pueden deshacerse de ello porque es lo que les da la sensación de existir.

¿Qué aconsejaría aquí el I Ching?
A.J.: “Atravesar las grandes aguas”, es decir, atravesarse uno mismo, empezando por el cuerpo, atravesar la idea de que cada uno está hecho de sí mismo, y después de las diferentes partes de su cuerpo, como si siguiera un eje, hasta alcanzar la divinidad…
¿Cuál es el objetivo? Hacer las paces con mi inconsciente. No llegar a ser autónomo de mi inconsciente (¿qué significaría eso?), sino convertirlo en mi aliado. Si lo consigo, porque habré aprendido su lenguaje y tendré la llave de su misterio, empezará a trabajar para mí: pasa a estar a mi servicio y yo al suyo, funcionamos juntos. En este caso, la familia es mi inconsciente. Y, en realidad no se trata de llegar a ser autónomo de mi familia, sino de ser capaz de penetrarla y convertirla en mi aliada, en mi interior. Y no hablo de personas físicas, sino de la familia que llevo dentro de mí; una familia de la que tengo que trabajar cada naturaleza como un arquetipo.
No hace falta que, en mi fuero interno, conserve mi nivel de consciencia para mí solo; tengo que ofrecérselo a cada uno de ellos, exaltarlos, elevarlos. Todo lo que les dé a ellos, me lo estoy dando a mí; lo que les quito, me lo estoy quitando a mí. Transformaré los personajes monstruosos. Con esa transmutación, les voy a dar a todos mi nivel mental. Es necesario que, en mi interior, convierta a todos mis antepasados en seres realizados. Es bien cierto: “El perro también es Buda”. Esto quiere decir que mi padre y mi madre también son Dios, que mis tíos y mis tías también son Buda. Por lo tanto, tengo que buscar la Budeidad en cada personaje de mi familia. ¿Son personas que se habían alejado de la Budeidad? ¿Tenían el corazón lleno de rencor, el cerebro lleno de ideas alocadas y el sexo lleno de deseos mal orientados? Igual que un pastor con su rebaño, yo tengo que devolverlos al camino, purificar las necesidades, los deseos y las emociones. Esta es la misión: un trabajo de curación del árbol y no, como alguien podría imaginar, una liberación del árbol. No se trata de esperar una supuesta autonomía. Es como si quisiera ser autónomo de la sociedad, del mundo, del cosmos. ¡Autónomo de mi respiración! Es imposible. Incluso si me hago ermitaño, pertenezco a la sociedad y al universo.

¿Cómo voy a “trabajar” a mi familia?
A.J.: Con la imaginación. Tenemos que crear un sueño de perfección en nuestro interior. Como aquel en el que curamos una gran herida. Después, podemos transmitir esa curación a nuestros hijos… Puede tomar infinidad de formas. Personalmente, escribí la novela L ́Arbre du Dieu Pendu. Otros lo hacen a través de la pintura. Otros con el teatro. Cada uno tiene que encontrar el método y enriquecer su propia imagen.

¿Cómo se ve que el árbol está curado o en vías de curación?
A.J.: El fruto siempre definirá al árbol. Si el fruto es amargo, incluso si proviene de un inmenso y majestuoso árbol, el árbol es malo. Si el fruto es bueno, incluso si proviene de un árbol pequeño y torcido, es que el árbol es maravilloso. El árbol que hay dentro de nosotros es toda nuestra familia, pasada y futura, y nosotros somos el fruto.

Algunos lamas dicen que tenemos que rezar por nuestros antepasados y también por alguien que ha alcanzado un nivel búdico, porque lo necesita. Entre nuestros antepasados y nosotros, hay un tipo de intercambio.
A.J.: Un día, fui a Saintes-Maries-de-la-Mer, donde está esa virgen negra que los gitanos entran al mar. Al principio, entré al santuario con la idea de pedir algo. Pero, al final, dirigiéndome a la virgen, le dije: “Escucha, todo el mundo te pide cosas, muchas cosas, ¡así que yo te voy a dar un masaje!”. Así que le dí un masaje a la virgen negra, para aliviarle el cansancio. Y masajear a la virgen a la que todos pedían cosas me dio una paz espiritual increíble. Me abrió la mente. En realidad, cuando masajeas a un enfermo, masajeas una imperfección, pero también masajeas al Buda. El médico es inferior al enfermo porque está en la posición del sirviente; el médico está al servicio del enfermo. No sigo el camino, sigo la alfombra. No sigo la luz, sigo el interruptor. Si quiero levantar un árbol genealógico, tengo que colocarme en una posición de servicio, no en una posición de eminencia. Tengo que entrar en el camino de la ignorancia total y, allí, recibir al otro desde mi ignorancia para ayudarlo a existir, a caminar en su interior hacia su propia luz.
En ese momento, me doy cuenta de que mi sexualidad no me pertenece, que viene del universo. Que mi cuerpo no me pertenece, que viene de las estrellas. Que dentro de mi cuerpo, ningún átomo me pertenece, que incluso el más mínimo átomo de hidrógeno viene de la explosión original. Que no me pertenece nada, ni la menor parcela de emoción. El amor que llevo no me pertenece. Si el amor no perteneciera a la naturaleza, no lo sentiría. Las emociones no son mías, sino de todos. Vienen del mismo universo. El universo es un campo de amor, un campo sexual, un campo material. No dejamos de hablar de soledad, pero nunca estamos solos.

En realidad, a usted, que era esencialmente un artista, ¿de dónde le vino el deseo de convertirse en terapeuta?

A.J.: Mi principal placer es escribir, concebir historias, dibujar viñetas. Pero estudié cinco años con un maestro zen y quede maravillado por un sutra que decía: “No quiero nada para mí que no sea para los demás”. Y así indagando en mis sentimientos más sublimes (porque todos tenemos sentimientos sublimes de los que, estúpidamente, nos avergonzamos en esta sociedad tan intelectual donde un buen escritor tiene que ser destructivo y pesimista), descubrí en mi interior el amor de la humanidad, principalmente a través de la paternidad. Lo digo con toda la inocencia del mundo. De repente, descubrí que tenía muchos amigos, tanto en el pasado como en el futuro. ¡Y sentía una necesidad vital de participar en esta aventura colectiva! Como detesto pedir subvenciones, me planté gratis en una sala (al principio fue una sala de baile) y desplegué mi cabaret místico para dar conferencias sobre el amor y la humanidad. Después vinieron las consultas del tarot y la psicomagia. Y de eso hace ya treinta años. Es un servicio de salud pública individual. Y todas esas ideas empezaron a circular.

¿Por qué los occidentales han descubierto ahora la importancia de los antepasados?
A.J.: Creo que tenemos varios inconscientes: el individual, el familiar, el social, el histórico… Los antepasados están en el histórico, y allí están vivos. El mundo actual está en peligro; es un gran enfermo. Su cuerpo lucha por sobrevivir. Creo que, nuestros antepasados luchan contra nuestra enfermedad como los anticuerpos: para defender y curar nuestro futuro. Por lo tanto, nuestra decadencia también muestra un lado positivo. Y, al contrario, creo que todos tenemos que trabajar para curar nuestro pasado. Un pasado enfermo puede curarse.  Cambiando el punto de vista. La historia no es más que un punto de vista.

¿Es decir?
A.J.: El pasado tiene la misma consistencia que un sueño; es como las cartas del tarot. Son manifestaciones que no tienen una explicación racional precisa. Se pueden interpretar de maneras distintas según nuestro nivel de consciencia. Si el nivel de consciencia aumenta, el significado del pasado cambia y, como el árbol se juzga por sus frutos, si los frutos cambian, el árbol también. Por lo tanto, podemos curar nuestro pasado, entenderlo mejor. Nuestros abuelos, bisabuelos, tatarabuelos sufren su desgracia en nuestro interior; si nosotros nos realizamos, nuestros antepasados, en nosotros, van a realizarse y se unirán a nuestro nivel de consciencia.

Entonces, ¿podríamos hablar de una reversibilidad del tiempo? Los teóricos del caos sostienen lo contrario. Proclaman que el mundo es imprevisible e irreversible a la vez.
A.J.: Sí, pero es el destino de la materia, no del espíritu. En el espíritu, las cosas pueden cambiar. Un sufrimiento puede convertirse en alegría; un fracaso puede metamorfosearse en un éxito. Si uno piensa que solo vive en su cuerpo. Todo es irreversible. Pero si somos algo más que sólo cuerpo, el pasado es accesible aquí, en el presente. Cambiando el presente, cambiamos el pasado. Iluminando el presente, iluminamos el pasado.

En ese caso no hay pasado.
A.J.: Ni futuro, la vida eterna e infinita, está aquí, justo aquí, ahora, en cada uno de nosotros. Es realmente necesario que el psicoanálisis la entienda, en lugar de quedarse en un mero plano científico aplicando al espíritu las leyes de la materia. A los científicos les cuesta aceptar el lado surrealista del inconsciente. ¡El árbol genealógico es completamente surrealista y loco! Y la curación pasa por ahí. Por ejemplo, sin el concepto de Dios (pero un buen concepto, no uno podrido), no hay curación posible. ¿Por qué? Porque la curación no es posible si no hay unión con lo impensable. ¿Cómo vamos a curarnos si estamos privados de nuestras raíces, que son la vida primordial, sin reencuentros con la nada impensable?

Decididamente, usted se une a la visión búdica, en la que la suprema vacuidad no impide rezar por sus antepasados, que lo necesitan mucho… ¡Hayan sido santos o asesinos!
A.J.: O, simplemente, personas mediocres, normales. Porque están en nosotros, son nuestras raíces, somos sus frutos. En cuanto a las religiones, todas tienen que transformarse. Las religiones nos han hecho mucho daño. Pero no es que los Evangelios sean malos, sino las interpretaciones que le hemos dado durante siglos. La tradición rabínica actual, el integrismo musulmán, la actitud de la iglesia católica respecto al sexo y al dinero… Sin embargo, ya no creo en la revolución. En lugar de atacar a la religión, tenemos que adentrarnos en su corazón y descubrir lo que tiene de bueno. Tenemos que transformarla.

¿Cree que un cambio se puede producir así, instantáneamente?
A.J.: Sí, pero siempre después de mucho, mucho, mucho trabajo. Todos vemos muy fácilmente los límites de los demás y muy difícilmente los nuestros.

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