El contacto: alma a alma
Entrevista con BERT HELLINGER
Después de cursar estudios de filosofía, teología y pedagogía, Bert Hellinger trabajó durante 15 años de misionero-maestro en el sur de África. En los años ochenta, a su regreso a Europa, colgó los hábitos, empezó a trabajar de psicoanalista y psicoterapeuta, se introdujo en una intensa práctica de dinámica de grupo y acabó por inventar su propio método: la Constelación Familiar; que llega alas profundidades psicológicas donde, en ocasiones, el lenguaje falla y donde los resentimientos son la única brújula.
En la actualidad, Bert Hellinger pronuncia palabras que no siempre son políticamente correctas. Habla de honrar a sus padres, de respetar a los ancianos y, sobretodo, de comunicación de alma a alma cuando es de sobras conocido por todos que, para la ciencia, el alma no existe. Sin embargo, esto no impide que las constelaciones revelen de una manera extraordinariamente sencilla y dolorosa cómo estamos inconscientemente ligados a nuestros grupos de referencia, empezando por la familia, y también proponen una forma totalmente inédita de liberarnos sin separarnos, ¡algo tan imposible como dejar de respirar!
¿Alguno de ustedes ha participado en una Constelación Familiar? Aplicadas por primera vez hace unos treinta años por Bert Hellinger, muchas escuelas las han adoptado.
El principio es sencillo. Cuando le llega su turno, usted escoge varias personas del grupo (es una terapia grupal) para que representen cada uno de los miembros de su familia (o de su empresa, de la comunidad a la que pertenece o por el problema por el que está usted allí). Sin decirles nada de usted, coloca a esas personas como le plazca, de pie, con los brazos colgando, dentro del círculo formado por los participantes. Usted siempre actúa por “feeling”, bajo un estado semi sonámbulo, sin pensar en nada, solo vigilando lo que sucede en su interior.Después, se sienta y escucha al psicoterapeuta constelador interrogar a cada una de las personas de la constelación que se ha formado. Aunque parezca una locura, esas personas, que no saben nada de usted, su familia o sus antepasados, empiezan a responder a las preguntas relacionadas con usted, su situación, su vida, su árbol genealógico. Invitados por uno de los participantes de una constelación a representar a su padre (aunque hubiera podido ser su hermano, su hijo, su madre o su mujer, porque los vectores de la experiencia son andróginos), empezamos a sentir emociones, a pronunciar palabras, a hacer gestos y preguntas que no controlábamos y que participaban en un conjunto interactivo que implicaba a cuatro, cinco, seis, hasta veinte personas en un estado similar al nuestro y donde el todo adquiría un sentido agudo (en el relato posterior) por el tema sobre el cual constelábamos (verbo transitivo) y que desembocaba en un estado de total armonía… Un campo tan abierto es extremadamente sorprendente e incomparable a cualquier otra cosa. Y hay algo que es seguro: el intelecto no interviene o, al menos, no como fuerza motriz; se trata de algo más profundo. Bert Hellinger habla de una comunicación de alma a alma…
Usted primero fue sacerdote en África, ¿no es así? ¿Cómo se produjola conversión a psicoterapeuta?
Bert Hellinger: Efectivamente. Durante dieciséis años dirigí una orden misionera en territorio zulú en África del sur… y me imaginaba que aquello era lo que iba a hacer el resto de mi vida. Sin embargo, después me trasladaron a Alemania a dirigir unos seminarios de sacerdotes. Aquello me dio la oportunidad de dirigir talleres de trabajo con técnicos de dinámica de grupo. Y, poco a poco, me fui dando cuenta de que mi vida estaba lejos del sacerdocio.
¿Podemos hablar de algún hecho desencadenante?
B.H.: En 1971, asistí a un congreso de psicoanalistas. Durante la sesión, había un grupo de hippies muy ruidosos que no dejaron de molestar.Entonces intervino una terapeuta americana llamada Ruth Cone, consiguió convencer al grupo para que participara y logró calmarlos. Desarrollaba un método de interacción bastante particular que consistía en lanzar un tema a un grupo y dejar que se desarrollara… Siguiendo este método, se formó un grupo de trabajo para discutir el incidente con los hippies, y yo estaba en él. Ruth Cone nos expuso las bases de una técnica que yo ignoraba totalmente: la Gestalt. Me enfrenté a mi pasado y vi claramente que debía abandonar mi función de sacerdote. Al final de la sesión, recorrí el círculo de participantes diciendo: “Lo dejo”. Y unos meses después, lo hice. Conocí a mi mujer, empecé con el psicoanálisis y allí empezó realmente mi trabajo en el campo de las terapias. Tenía cuarenta y cinco años.
Entonces acabó de perfeccionar la Constelación Familiar, una terapia propia. ¿Cómo la concibió al principio?
B.H.: Antes de poderla concebir, exploré varios tipos de terapias y, principalmente, la más importante, la que aborda el ser humano en su dimensión de cuerpo/emociones. Pretende provocar el resurgimiento de emociones inhibidas, revivir de una manera consciente las escenas traumáticas censuradas. Una vez liberado del recuerdo de determinados hechos dolorosos, enseguida me decanté hacia el análisis transaccional. El psiquiatra norteamericanoEric Berne, el fundador, afirma que los intercambios, las transacciones que efectuamos con nuestro entorno revelan nuestro guión de vida. Poco a poco, me fui dando cuenta de que los pacientes no siempre viven su guión personal… A veces, reproducen el de un familiar. En otras palabras, nuestros antepasados se mezclan con nuestro destino. Me acuerdo de un hombre que estaba completamente fascinado con el Otelo de Shakespeare. Durante una sesión, me reveló la razón de esa fascinación. En referencia a su pasión por Otelo, le pregunté: “¿Quién ha matado por celos?”. Y me respondió:”Mi abuelo”. Ahí tiene un primer punto esencial: mi trabajo con las Constelaciones Familiares pone en evidencia una identificación inconsciente con una persona amada e importante, en este caso, el abuelo.
¿De dónde viene el término constelación?
B.H.: Es una síntesis de traducción. Sería preferible mantener la traducción literal del alemán y hablar de poner a la familia en el espacio. Porque paraformar una Constelación Familiar, uno realmente pone a distintos miembros de la familia en el espacio, en un escenario, los unos en relación a los otros. Un poco parecido a la relación que hay entre las estrellas en el cielo.
Expliquemos cómo se desarrolla una terapia de Constelación Familiar
B.H: Primer punto importante: es un trabajo de grupo. Trabajo en público, en una gran sala. El constelado, aquella persona que quiere resolver unproblema, acepta subirse a un escenario y yo voy a escenificar, literalmente, su problema introduciendo a su alrededor distintos personajes que representarán los miembros de su familia. Normalmente, suelen ser los padres, hermanos y hermanas, escoge, entre el público, a las personas que van a encarnar a sus seres más cercanos.
Evidentemente, estas personas no saben nada del paciente ni de su familia. Después de atribuir los papeles, el paciente coloca, en el escenario, a cada uno en el lugar que le parece más justo. La persona que representa a la madre, por ejemplo, se coloca frente a la que representa al hijo y ésta, a su vez, da la espalda a la hermana. El paciente determina la orientación de sus miradas, las distancias entre ellos y lo hace de manera intuitiva. Después, se coloca en un lugar apartado y observa en silencio.
Lo que nos acaba de describir recuerda mucho a determinadas práctica elaboradas por Alejandro Jodorowsky y, sobre todo, a la de laEscultura Familiar, la terapia desarrollada en 1942 por Virginia Satir, que era psicoterapeuta del grupo de investigación del Mental Research Institute de Palo Alto, en los Estados Unidos.
B.H.: Y, sin embargo, existen grandes diferencias entre unas y otras. Para empezar, en la terapia de la Escultura Familiar, los protagonistas son los miembros de la familia de verdad. Además, el paciente coloca a los individuos según la relación de unos con otros y les otorga una actitud determinada. A algunos les dice que se den la vuelta, a otros que levanten una pierna. En resumen, esculpe a la persona, ejerce una verdadera influencia. En el marco de una constelación, la intervención del paciente es mínima. En cuanto a los miembros de la constelación, todos están puestos en el espacio de manera muy intuitiva. No hay indicaciones ni consignas. Sólo así se pone en marcha la mecánica, los actores involuntarios empiezan a interpretar un guión que no es el suyo, movidos por una fuerza interior: la de la familia del constelado.
Cuando pone en escena una constelación, ¿qué tipo de fenómeno se produce, exactamente?
B.H.: A través de la constelación, es fácil verificar, tanto sensorial como emocionalmente, que las personas escogidas para encarnar a los miembros dela familia del paciente se sienten realmente como sus representados. No saben por qué, pero les afecta. A veces adoptan incluso de forma intuitiva la voz, el vocabulario, los gestos y los tics de los representados. ¡Y se trata de personas a las que nunca han conocido!
Cuando la constelación está en escena, es decir, cuando cada persona está sumergida en ese estado de consciencia tan particular, los miembros de la familia manifestarán reacciones muy distintas, dependiendo del papel que les haya sido asignado. Algunos pueden experimentar sensación de calor, o de frío, o de ahogo, o ganas de moverse, o de estirarse en el suelo, o sienten unos dolores muy concretos. En general, todos representan los síntomas de las personas que representan… ¡en situación real! Se convierten, un poco, en marionetas poseídas por los personajes que encarnan. Suele ser muy espectacular. La noción de los campos morfogenéticos desarrollada por Rupert Sheldrake puede ayudar a entender mejor este fenómeno. Le recuerdo que esta teoría defiende que un saber colectivo es accesible a cualquier individuo y que puede formarse en cualquier grupo. Obviamente, es una hipótesis que ha dado pie a varias controversias.
Y cuando ya tenemos una constelación alrededor de un paciente ¿qué hace usted?
B.H.: La construcción de esta primera constelación refleja cómo el paciente percibe la situación. El lugar que ocupan los vectores, sus reacciones, todo permite discernir los problemas en directo. Entonces, la persona que conduce una constelación consigue fácilmente sentir cuál sería el paso siguiente que resultaría definitivo.
¿El paso siguiente?
B.H.: Digamos que, en un momento dado, en el escenario tenemos a la persona que representa a la madre del paciente y, frente a ella, está la persona que representa al padre. Digamos que la persona que representa al propio paciente, es decir al hijo, se coloca entre esas dos personas con la mirada en la frente, inmóvil. En ese caso, uno puede sentir, por ejemplo, que colocándose ahí, entre sus padres, el hijo impide que sus padres se vean.Sin embargo, yo siento que quiere moverse, que esa situación no le conviene. Entonces introduzco un movimiento y le sugiero que dé tres pasos al frente. Acepta. Y, enseguida, me dice que se siente mucho mejor. La situación evoluciona. Siempre intento determinar qué otros personajes deberían estar en el sistema de la constelación. Los evidentes (un abuelo, por ejemplo), los que el paciente ha mencionado alguna vez (sé, por ejemplo, que tiene dos hermanas), pero también los que, con el paso de las generaciones, han podido ser excluidos y cuya ausencia puede resultar muy sentida, por el terapeuta que conduce la constelación o por alguno de los representantes en escena. Opera un fenómeno de impregnación, las reacciones de uno se encadenan con las de los demás.
Con la ayuda de frases liberadoras y con varias señales de reconocimiento y de respeto, los que han sido excluidos (y permanecían entre los suyos como fantasmas) pueden revelarse y ser reconocidos. Cada uno encuentra el lugar que le correspondía.
Pero, ¿cómo puede estar seguro de qué personaje es importante para deshacer el nudo o uno de los nudos del problema?
B.H.: Son intuiciones o, mejor dicho, percepciones. No son fruto de mi imaginación; tengo acceso a ciertas informaciones a través de las actitudes delos personajes, sus reacciones, sus gestos, incluso sus palabras. Porque es bien cierto que también pueden querer decir algo. El terapeuta se apoya en lo que siente o, para ser más exactos, en lo que percibe. Es una percepción fenomenológica.
¿Qué quiere decir?
B.H.: A mi modo de ver, el método de las Constelaciones es una psicoterapia fenomenológica; es decir, que no está regida in situ por una elaboración teórica. La fenomenología es un enfoque filosófico que no necesariamente tiene que apoyarse en la verbalización. Esta percepción fenomenológica es la herramienta esencial del terapeuta de constelaciones. Nuestra atención subliminal, subconsciente, se las arregla para aislar todo tipo de informaciones, incluso anodinas, que surgen de la constelación y nos permiten interpretarlas de manera intuitiva. Pero así, de repente, no es fácil definir la unión implícita que se establece entre el constelador y el grupo de terapia. Esta práctica exige una presencia, una manera de escuchar particular, en este caso desprovista de cualquier intención preconcebida de lo que se manifestará durante la constelación. Únicamente prima la percepción inmediata de la situación. Entreveo lo que no funciona en el orden existente. Y para eso, me apoyo en mis percepciones y mi experiencia. En este ejercicio, el terapeuta no tiene ningún objetivo definido. Solo se concentra o más bien se centra, y se mantiene abierto a cualquier cosa que pase. No sabe dónde irá a parar. Se expone a los fenómenos a medida que van llegando. No debe tener miedo de lo que aparecerá, ni mostrarse crítico, obviamente. El miedo y la crítica son dos elementos que pueden perturbar la percepción. Es lo que sucede realmente en la filosofía del Tao: lo más presente posible pero, en un soltarse sin intención total. Lo importante de las constelaciones sólo es lo que sale a la luz. Lo que actúa no es el terapeuta, sino la realidad emergente de la situación que se representa. El terapeuta no interviene, no manipula a nadie al servicio de dicha realidad.
Entonces, precisemos: ¿Es la constelación, en algún caso, comparable a un juego de rol?
B.H.: No, en la medida en que en las constelaciones no hay ningún rol que jugar: se trata de estar atento y presente, pero sin la menor voluntad.Aquellos que practiquen la meditación zen me entenderán perfectamente: se trata de adoptar la actitud de alguien que medita pero que, en lugar de estar abierto a lo Desconocido en su dimensión más absoluta, estará abierto a los demás y a todo lo que ocurra a su alrededor. Es una especie de meditación orientada. Es necesario que esta actitud sea globalmente condescendiente, como el espíritu compasivo de los budistas, orientado hacia los demás. Pero no es cuestión de querer lo que sea, ni siquiera de querer curar. Estos niveles psíquicos superiores deben ser totalmente inconscientes.Únicamente se trata de estar allí, de observar lo que sucede y, eventualmente, explicarlo.
¿Cómo sabe el terapeuta si sus percepciones son correctas o no?
B.H.: solo tiene que estar presente, atento a lo que sucede. Si uno espera el tiempo suficiente, las palabras o los actos se imponen por sí solos. ¡Uno sabe que eso es lo que tiene que hacer! Cuando escojo a alguien y lo coloco en el espacio en relación con los demás, no se exactamente por qué lo hago. Es intuitivo. Lo siento. En cierto modo, el terapeuta coloca las piezas de un puzzle sin saber la imagen final que va a formar. ¡Es durante el proceso, o incluso al final, cuando todo se aclara! La solución aparece cuando todas las personas de la constelación se sienten bien en su posición.
¿Cómo saber cuando una constelación ha tenido éxito?
B.H.: es lo que le acabo de decir: cuando todos los miembros de la constelación están en su sitio, distendidos, con la expresión radiante. Todos.Mientras un solo miembro de la constelación no se sienta cómodo, eso quiere decir que no se ha logrado el objetivo.
¿Cuánto tiempo necesita para alcanzar ese resultado?
B.H.: Una sesión dura alrededor de una media hora, dependiendo de la complejidad de las relaciones, claro. Pero es inútil prolongarla indefinidamente.Para empezar, pasado un determinado tiempo, la concentración de los participantes se reduce. Además pasado ese tiempo, si la situación no se ha aclarado, es que nos hemos quedado bloqueados. E, incluso en esta situación, el terapeuta apenas interviene. Por lo tanto, si la situación no se soluciona, si no avanza, será esa realidad la que habrá que tener en cuenta. Sin embargo, ¿sabe una cosa?, darse cuenta de un bloqueo puede resultarle muy útil al paciente. Esta concienciación puede desencadenar en su interior un nuevo proceso.
Puede darse, por lo tanto, el caso que una constelación sea un fracaso, que no se consigan los objetivos. ¿Qué puede significar eso?
B.H.: Recuerdo el caso de una paciente que, en el transcurso de una constelación, dio un portazo fortísimo y se fue, muy enfadada. Más tarde me confeso que, horas después, mientras iba al volante de su coche, la emoción la inundó. Empezó a llorar y se vio obligada a pararse en el arcén, junto a un bosque. Y allí, derrepente, tomó consciencia de su verdadero problema y de lo que tenía que hacer para resolverlo. La constelación había producido en ella el efecto deseado. No nos olvidemos que marcarse un objetivo de éxito o de curación implica mucha voluntad. Ahora bien, la voluntad pura también puede alterar el buen desarrollo de una sesión.
Entonces, si la curación no es el objetivo de la constelación, ¿cuál es?
B.H.: La constelación reinstaura el orden en el sistema familiar, reinyecta armonía colocando a cada uno en su lugar respecto a los demás. Para que lo entienda mejor, vamos a comparara el sistema familiar con un móvil de Alexander Calder. Cada elemento tiene una plaza definida que participa en el equilibrio del conjunto. Si se excluyera una pieza, todo el móvil se vería afectado. Por lo tanto, todos los elementos están unidos y se influyen mutuamente. El objetivo del trabajo consiste en actualizar las dinámicas y los desequilibrios ocultos. La exclusión es uno de esos puntos: si hay algún miembro de la familia excluido u olvidado, si los demás miembros de la familia niegan su existencia, todo el sistema familiar sufre una presión, a veces de dimensiones considerables, y en general a nivel inconsciente, que no disminuirá hasta que la pérdida quede compensada.
Y todo esto, exactamente, ¿cómo se traduce en escena?
B.H.: Tomemos el ejemplo de Paul. Tiene catorce años y demuestra algunas dificultades en clase para trabajar. Además tiene tendencias suicidas. En la constelación que escenificamos para él, él (en realidad, su representante) está de pie, al lado su profesor, delante de sus padres. El pequeño parece triste, y se lo digo. Ese comentario lo hace llorar y, enseguida, su madre también se echa a llorar. Siento que el niño no lleva su tristeza, sino la de su madre. En la familia de la madre debió ocurrir algún suceso que la entristeció. Se lo pregunto. Entonces, me dice que tenía una hermana gemela que murió en el parto. Un suceso que la familia había mantenido en secreto (y que luego verificaríamos con la historia de la madre de verdad). Saber como esta información pudo surgir en la inconsciencia de la persona que representaba a la madre en la constelación es un gran desafío para la ciencia, pero no es lo que nos ocupa ahora. Esa hermana había sido olvidada y todos, a través de un recuerdo tácito, una convergencia de no-dichos, se comportaban como si ese drama jamás hubiera sucedido, como si aquella niña nunca hubiera existido. Cuando sucede un drama como este, bajo la presión de la consciencia del clan, se va a escoger a alguien para representar, en la vida, a la persona desaparecida. Y en la mayoría de los casos, la exclusión es compensada por uno de los niños. Y éste, en caso de Paul, se identifica con la persona desaparecida. Expresa sentimientos que no son los suyos, adopta unos comportamientos y desarrolla unos síntomas que indican que hay algo que no funciona.
¿Y qué sucede cuando la persona excluida reclama su lugar?
B.H.: En el caso que nos ocupa, había una ausencia muy visible: la hermana gemela de la madre no estaba en la constelación. Entonces decidí reintroducirla y escogí a una persona para representarla. Ese fue el primer paso para recuperar el orden. La hice colocarse de espaldas al resto de la familia para indicar que, en ese momento, no formaba parte de ella. Entonces la madre se desplazó para colocarse detrás de su hermana gemela. Esta reacción reveló una dinámica oculta: la actitud de la madre demostraba claramente que deseaba seguir a su hermana hacia la muerte. Lo hacía por amor. Le pregunté cómo se sentía en esa posición y ella me dijo que mejor, confirmando así su deseo inconsciente de seguir a su hermana hacia la muerte.
¿Y supo eso únicamente porque la madre se colocó detrás de su hermana muerta?
B.H.: Es una dinámica muy frecuente en las constelaciones, “Te sigo” significa que una persona se siente forzada a seguir los pasos de otro miembro de su sistema. Y, a menudo, es “te sigo en tu enfermedad” o “te sigo hacia la muerte”.
¿Existen otras dinámicas en las que la persona sufra la historia de otra?
B.H.: Sigo con el mismo ejemplo. Volvía a colocar a la madre en su lugar original y, junto a la hermana gemela, coloque a Paul. Enseguida, el chico que representaba a Paul dijo que se sentía mejor. Entonces apareció una segunda dinámica, consecuencia directa del “te sigo”. En este caso, se trata del “antes yo que tu”. Cuando Paul ocupa el lugar de su madre, ¿qué sucede? El siente que ella quiere morirse y le dice: “muero por ti”. Cuando uno de los padres está llamado desde fuera de la familia por razones sistémicas, es decir, cuando intenta reunirse con un miembro de la familia muerto, los hijos inconscientemente lo sienten. Tomando la decisión de “antes yo que tu”, el niño se pone al servicio de su familia, se siente en armonía con ella y cumple con su misión.
A partir de allí, ¿cómo se desarrolló la sesión de Paul?
B.H.: A partir de allí, desplacé a la hermana gemela junto a la madre, por lo tanto, volvía a estar dentro de la familia. Volvía a formar parte del clan.Después coloqué al niño delante de sus padres. La madre le dijo que ahora quería quedarse. Así pues, él ya no tenía que hacer lo que fuera por su madre o, mejor dicho, en el lugar de su madre. Y, en consecuencia, se liberó. ¡La solución era esa! Hasta entonces, el niño quería suicidarse en lugar de su madre. Lo peor era que él se sentía bien en ese papel, que sin embargo, no era el suyo. Un día, hubiera podido hacerlo, conscientemente, porque lo habría hecho en lugar de su madre. No se puede salvar a nadie siempre que esté convencido de tomar las decisiones correctas y no demuestre ningún sentimiento de culpabilidad: inconscientemente, sigue las reglas del grupo, en este caso, de la familia. Como puede suponer, este sentimiento forma parte de la pertenencia a un grupo: uno tiene la certeza de tener allí su lugar. Es una de las grandes leyes familiares.
¿El simple hecho de pertenecer a un grupo nos disculpa de todas las acciones que podamos ejercer en su nombre, por su cohesión, por susupervivencia?
B.H.: Exacto. Cuando el sentimiento de pertenencia a un grupo es claro, uno adopta la consciencia de grupo, en este caso la familia; la familia es el grupo más fuerte, pero también puede ser una banda, un ejército, una comunidad, un partido, una asociación, un sindicato, etc., al que prestemos juramento y cuyos valores se conviertan en los nuestros. Por el contrario, cuando sufrimos el miedo de no pertenecer más a ese sistema, tenemos mala conciencia. La aspiración de pertenecer al grupo constituyente, en las capas más profundas del inconsciente, el principal motor de nuestros actos. Mi consciencia es el grupo, él es quien decide por mí que está bien y que está mal. En realidad, la buena consciencia es una necesidad infantil. Cuando somos pequeños, todos hemos experimentado la interna necesidad de sentirnos observados, aceptados y aprobados por nuestros padres, porque lo peor que podía pasarnos era sentirnos excluidos de la familia. Y esa es la razón por la que la fuerza de pertenencia que nos une a la familia es tan colosal: para no ser excluidos y poder sobrevivir bajo la mirada de nuestros padres somos capaces, literalmente, de todo, incluso, paradójicamente, de morir. En la infancia, afirmo que el motor de este proceso es el amor puro. Sin embargo, en la edad adulta, necesitamos liberarnos de la mirada de nuestros padres porque ya no se trata de amor, sino de una mezcla de miedos y costumbres. Evidentemente, liberarnos así implica correr el riesgo de comprometernos con una vía que no coincida con los ideales de nuestros padres y, de este modo, herir su amor propio. Así pues, esta liberación suele ir acompañada de un sentimiento de mala conciencia. La mala conciencia también se instala en nosotros cuando tenemos un sentimiento de deuda demasiado grande para con nuestro grupo de referencia, básicamente una deuda que no podamos pagarles a nuestros antepasados. De este modo, me he encontrado con muchos judíos supervivientes de los campos de concentración que vivían en un continuo sentimiento de culpabilidad con respecto a todos aquellos que habían perecido allí. Se comportaban como si no quisieran vivir. Era su manera, absurda aunque totalmente comprensible, de pagar su deuda. Y esto aporta una luz adicional a nuestra constelación: todos los intercambios tienen que equilibrarse; si recibí, tengo que entregar; si doy, tengo que recibir algo a cambio. Es así. No puedo constatarlo. La ley de los equilibrios es completamente ineludible. Puedo perfectamente, en nombre de mi propia idea de la libertad, ir contra todas las reglas de pertenencia grupal, pero debo saber que, en ningún caso, podré sustraerme (ni a mis descendientes) del reequilibrio necesario, eventualmente muy violento, de ese desvío. En este sentido, me parece ridículo limitar la terapia transgeneracional, como hacen algunos, al hecho de separarse de su destino genealógico, de liberarse de él; de cortar las raíces que no serán más que trabas. En mi opinión, la liberación de la persona pasa por el reconocimiento de sus lazos ancestrales. Negarlos, detestarlos, insultar a padres y antepasados, borrar su recuerdo, dar rienda suelta a todos los sentimientos negativos sobre ellos que nos alimentan, todo esto sólo puede llevar a una cosa: a culpabilizarnos a nivel inconsciente y castigarnos.
Volvamos al objetivo de una constelación. Se trata de reestablecer un orden en el sistema familiar, y eso significa que determinadas leyesrigen este orden, ¿no?
B.H.: Efectivamente, porque cada tragedia familiar descansa sobre una trasgresión de las leyes que rigen el sistema. Ya le he presentado una de estas leyes: el sentimiento de pertenencia y sus digresiones. Cuando se ha excluido o expulsado a un miembro de la familia, siempre hay quien, más tarde, se sentirá inconscientemente implicado en el destino de la persona excluida y retomará la exclusión como si fuera propia… sin entenderla, a menos que recurra a una terapia transgeneracional. La segunda ley sistémica concierne a la presencia: cada uno debe tener su lugar según una jerarquía cronológica muy bien definida. Este orden no tiene nada de cualitativo. Sencillamente significa que los padres van antes que los hijos y que los antepasados o ascendientes antes que los descendientes. Por lo tanto, los mayores tienen ventaja. Nadie puede entrometerse en asuntos de alguien que estaba allí antes que él sin que eso cree un desorden. El caso del hijo que quiere morir en lugar de su madre es un ejemplo muy ilustrativo, porque se entromete en los asuntos de su madre. Con los años, he visto que todas las tragedias adoptan el mismo patrón: un descendiente se entromete en los asuntos de un antepasado, y lo hace con buena consciencia. Y lo que es peor, esa buena consciencia motiva la infracción. Pero la presión de la conciencia de clan hace que fracase.
Buena conciencia, mala conciencia, conciencia de clan: ¡pero toda esta conciencia es, en realidad inconsciente! ¿Cómo funciona, según usted, la conciencia de clan?
B.H.: En realidad, es bastante sencillo. Tiene razón; en primer lugar, es innegable que existe una conciencia de grupo; segundo lugar, la conciencia vela por la memorización de los datos. Sea cual sea la naturaleza del intercambio entre humanos, siempre están guiados por una buena o mala conciencia. Es lo que nos empuja a entrometernos en los asuntos de nuestros antepasados y a ir contra las reglas. Cuando uno sabe esto, puede dirigir su conciencia personal hacia la armonización con la conciencia de clan. Es cierto que la conciencia personal no tiene el mismo objetivo que la conciencia de clan, que yo prefiero denominar alma colectiva. Ésta última puede definirse como fuerza, un principio que nos empuja inexorablemente a buscar la armonía grupal, a reestablecer el equilibrio colectivo. La conciencia de clan supera al individuo y vela para que nadie quede excluido. Aunque la exclusión de un miembro parezca justificada a nivel racional, la conciencia de clan no lo tolerará y empujará a la familia a reaccionar como si se hubiera producido una injusticia que deben expiar. Para que todo vuelva al orden, será imperativo que la persona excluida recupere su lugar, si es necesario bajo la forma de un sustituto.
¡Una especie de memoria conservadora que se esfuerza porque la figura original permanezca, porque todo el mundo siga en su sitio!
B.H.: Sí, es lo que denomino la intricación sistémica. A veces se dan casos en que la hija adopta el papel de la madre de su madre, sobre todo si esta enferma o deprimida. Por lo tanto, la hija se coloca por encima de la madre. Pero eso constituye un gran delito en la conciencia colectiva porque se han invertido los papeles y eso genera problemas psicológicos a los individuos de la familia. Ahora bien, lo que es extraordinario es que la conmoción de un sistema familiar pueda resentirse durante varias generaciones. ¡Una niña puede sentirse desestabilizada y dirigir el sentimiento de culpabilidad hacia una de sus bisabuelas a la que nunca conoció y de quien nadie le ha explicado la falta!
A lo largo de una constelación familiar, es necesario entregar a la persona excluida el lugar que le haga regresar al seno de la familia. En el caso de una tatarabuela, introduciría en escena varias personas, representando varias generaciones, para remontarnos al origen del problema. A partir del momento en que la antepasada excluida sea readmitida, cuando su representante manifieste un estado de comodidad en el seno de la constelación, el orden volverá a estar reestablecido en la línea.
¿Para qué grandes tipos de problemas debe uno recurrir a la técnica de las constelaciones?
B.H.: Antes de responderle, quisiera insistir en uno o dos puntos. Para empezar, una constelación no es un entretenimiento ni un espectáculo. Uno no viene a hacer una constelación por curiosidad. Lo que está en juego son asuntos bastante graves, porque el paciente sufre. Tanto si se trata de una enfermedad, de una tendencia suicida como de un duelo no expresado por una madre muerta en el parto, en resumen, de cualquier situación en la que uno se encuentre impotente frente al sufrimiento, la constelación puede ser una buena técnica. Evidentemente, en ningún caso puede utilizarse para saldar cuentas con tal o tal miembro de la familia. Para eso existen otras terapias de tipo emocional que son mucho más eficaces.
Las situaciones en las que las constelaciones son especialmente útiles son, por ejemplo, las que giran alrededor de enfermedades como cáncer o anorexia, problemas provocados por una adopción, pero también una violación… el abanico es muy amplio. He trabajado en la cárcel con criminales; pero también me he encargado de solucionar problemas de pareja. Una constelación para evitar una separación, o para provocarla. El que quiere marcharse sigue, quizás inconcientemente, el destino de un miembro de la familia que, en otra época, se vio obligado a abandonar a la persona querida. Y el que se queda lo hace, quizás, por lealtad a un antepasado que cobardemente abandonó a su familia.
Usted dice que los pacientes que sufren enfermedades graves acuden a usted para consultarle. Pero usted no pretende que el objetivo de la constelación sea la curación.
B.H.: A veces, la enfermedad se corresponde a un deseo de expiación. Recuerdo a un paciente que se identificaba con su abuelo, que había atropellado y matado a un niño con el coche. La enfermedad le permitía cargar con el sufrimiento y la culpabilidad de su abuelo. Al renunciar a cargar con esos sentimientos, su salud mejoró mucho. Pero, cuidado, no soy médico y se lo repito: efectivamente, el objetivo de la constelación no es la curación. Mi trabajo consiste, antes que nada, en reequilibrar olas fuerzas o las corrientes (llámelas como quiera) que se crean en el seno de una familia.
En varias terapias básicamente transgeneracionales se habla del perdón. ¿Es importante para usted esta noción?
B.H.: Cuando uno perdona, se coloca por encima de los demás. En realidad, el perdón hace que el presunto culpable sea todavía más culpable. Para mí, la reconciliación verdadera consiste en un reconocimiento de las culpas de cada uno acompañado por un diálogo entre las personas implicadas.
¿Aunque la persona implicada haya vivido varias generaciones antes que nosotros?
B.H.: Totalmente. Y la constelación también sirve para eso, para reestablecer una comunicación con el más allá. Pero, lo que pasa es que si estas terapias no transmiten amor, no son más que técnicas y conducen a la trivialización. El amor que aparece aquí no tiene nada que ver con el que un hombre pueda sentir por una mujer o un padre por su hijo. ¿Qué sucede realmente en una constelación? Esta percepción, que me permite extraer intuitivamente lo esencial de la persona observada, sólo es receptiva. También crea una fuerza que actúa de manera manifiesta. Mi opinión es que lo que permite que el proceso siga adelante es el amor. Sólo él puede hacer que seres cerrados se abran a su destino, a su familia. Obviamente, la intimidad que nace de este tipo de percepción sólo es posible si uno observa una cierta distancia. La distancia del verdadero amor, que no es fusión, sino respeto y escuchar con atención.
¿Diría que se trata de una actitud espiritual?
B.H.: La noción de espiritualidad es siempre difícil de definir. Gracias a estas terapias transgeneracionales, podemos cambiar nuestra visión del mundo y abrirnos a una forma de conocimiento espiritual. Desde el punto de vista de la fenomenología, la cuestión es aceptar la vida, el destino, tal como se presenta. Sin resistirse. Ese acuerdo de la fuerza interior que permite mantener una auténtica serenidad, incluso bajo las presiones más violentas.Cuando uno, terapeuta o paciente, trabaja con los lazos sutiles que mantiene en su línea descifra de manera mucho más clara la inmensa aventura dela vida.
Hablar de un trabajo de alma a alma debe chocar a muchos terapeutas que deben ver en esa técnica reminiscencias de su época de sacerdote. ¿Para qué correr el riesgo de enfrentarse a ellos?
B.H.: A partir de cierta época, sentí que mi labor ya no se encontraba dentro del sacerdocio. Pero no reniego de mi pasado y me mantengo atento y respetuoso con mi iglesia. Entiendo perfectamente a Martin Heidegger cuando dice que, incluso después de perder la fe, seguía mojándose la mano en la pila de agua bendita o santiguándose y haciendo la genuflexión cuando estaba en una iglesia. En mi opinión, lo hacía por respeto a sus antepasados. En cuanto a la palabra alma, se refiere a lo más profundo de cada uno de nosotros. Es un nivel misterioso del cual me resulta imposible pretender conocer la naturaleza. Es cierto que, a un determinado nivel, no somos individuos separados y que en el fondo estamos unidos. Es sin duda, en ese nivel donde se produce una comunicación de alma a alma… el alma sobrepasa al individuo por mucho. No tengo un punto de vista ideológico sobre este tema; es un fenómeno que constato.
Se sitúa más allá de la moral…
B.H.: Abordar una constelación hablando de prejuicios morales no servirá de nada. Incluso en los temas criminales, no se trata de juzgar en términos de bueno o malo, sino de descubrir el contexto en el que se produjo el crimen. Podría citarle el caso de una relación incestuosa que, puesta en constelación, permitió a la mujer víctima de dicha relación reconocer que había cumplido con una función en lugar de su madre y que, a pesar de todo lo que había pasado, seguía queriendo a sus padres y pudo, después de equilibrar los intercambios sin odio, liberarse de las relaciones incestuosas que la alienaban y dejar a sus padres en paz. El bien puede nacer del mal. Del mismo modo, si nace un niño fruto de una violación, estará obligado a reconocer que su padre es su padre y que no tiene otro; y la madre del niño tendrá que, hasta cierto punto, querer al hombre que la ha violado, es decir, respetar en él al padre de su hijo. Si no lo hace, negará algo esencial en su hijo, en detrimento de él mismo y su línea. No estoy hablando de estar enamorada del violador, sino de conjugar el verbo querer a un nivel superior, donde el amor corresponde a una fuerza superior a todo. La falta del violador no se borra, pero se recoloca en un contexto mayor.
¿Y el trabajo de integración final? ¿Devuelve a la gente a la calle sin que hayan podido verbalizar lo que ha sucedido durante la sesión de constelación?
B.H.: Para empezar, debo decir que determinadas personas están en un punto de su evolución temporal en el que prefieren continuar soportando un sufrimiento conocido que arriesgarse a abrirse a una felicidad desconocida. Cuando uno sufre durante mucho tiempo por una mala causa, acaba por decidirse que, a lo mejor, no es tan mala… ¡en vez de entender que ha llegado la hora de cambiar! Después de decir esto, a menudo, cuando se interrumpe una constelación antes de terminar (porque se ha quedado bloqueada en un impás y decidido posponerla o porque el paciente alrededor del cual constelamos se enfada y se va), constato que, unas horas o días después, la persona en cuestión se pone en contacto conmigo y me dice que se están produciendo cambios profundos en ella. En este caso, la constelación ha servido como detonante de un proceso inconsciente más largo, pero extremadamente útil. La cuestión es saber si el alma seguirá al inconsciente y si uno está dispuesto a dejar atrás los beneficios secundarios del sufrimiento. A veces es muy doloroso.
Cuando una constelación llega a su fin, cuando por fin se ha encontrado la combinación y se ha instalado una serenidad general, usted pide al paciente, al individuo cuya situación y familia están representadas en el escenario, que abandone su silla de espectador y tome la posición de su suplente.
B.H.: Sí, para recibir, de alguna manera, la bendición de su linaje. ¡Para esa persona, ese momento es un formidable baño de regeneración! Sin embargo, también hay casos en que el paciente no puede asumir ese regalo porque es demasiado fuerte o demasiado pronto. No se le puede forzar a actualizar en él. En ese momento, la ventana de oportunidad que la constelación ha abierto hacia el campo de sus posibilidades.
Usted tiende mucho a hacer que los más ancianos bendigan a sus descendientes al final de la constelación. ¿Lo hace para remarcar que se ha recuperado el orden normal, cronológico o ancestral?
B.H.: Sí, Cuando un niño se inclina delante de su padre y éste le da su bendición, se incorporan a la corriente de la vida y se someten a ella. El gesto del padre de bendecir a su hijo va mucho más allá de su simple relación interpersonal: de hecho. Es todo el linaje que, a través del padre, reconoce a hijo. El padre no sirve de otra cosa que de intermediario. No niego que se trate de un acto religioso en el sentido más antiguo de la palabra: une vivos y muertos por una corriente de consciencia y amor. En este sentido, se puede decir que la constelación familiar tiene algo de litúrgico, y por eso es tan importante practicarla únicamente con gran conocimiento y profundo respeto.